La ciudad


Pues, en efecto, acepta una nefasta división de trabajo, ya que, mientras unos piensan, otros actúan. Y así todo queda dispuesto para que la historia continúe con su maldad, Rüdiger Safranski.

No parece haber nada extraño entre los históricos pactos entre el demonio y la humanidad por conocer lo que Dios les ha negado. La ley, dice Pablo en una carta a los Romanos, es la que genera la transgresión, no al revés. ¿Existe la ley por el pecado, o es el pecado el resultado de la ley? Cuando la manzana del árbol de la ciencia cae en manos de Adán por conducto de Eva, los que son castigados, por sí mismos y Dios, son ellos, y no la víbora que se arrastró sigilosamente del tribunal que acontecía en el paraíso. El castigo: la tierra, el sudor, la sangre, el esfuerzo, la muerte. ¿Cuál es la ironía de la historia? Seguramente un Dios celoso de que su obra le igualara en cuanto conocimiento. Si es así, entonces ese Dios creador es bastante ingenuo. Tal vez. Pero pensemos que esa ingenuidad no recae por la poca docilidad de su creación, sino de la violación del proceso natural. Pensemos en esto: ¿qué tal si Dios no castigó a Adán y Eva por su ambición de igualar a Dios, sino por no respetar el proceso de formación que les costaría llegar al conocimiento? Pensar, en lugar de actuar, diría Schopenhauer. Mientras unos piensan, otros simplemente actúan. Pensar es tan esencial, que incluso el mismo Dios les cayó a palos a Adán y Eva cuando lo único que hicieron fue lo segundo: actuar. Comer del árbol de la ciencia, era querer escapar del proceso intelectual que conlleva la vida. Como el hombre que observa el Aleph (ese objeto en donde se encuentran todas las cosas que existen en el universo) en el cuento de Jorge Luis Borges: saberlo todo, sin vivirlo, es no vivir.

Si no respetamos los procesos, el final siempre será triste: nos encontraremos expulsados del paraíso porque actuamos, sin pensar. ¿No pasa lo mismo con el Festival Internacional Chihuahua? Si no entendemos que para llegar a eso, debíamos pasar por un proceso formativo, ¿entonces para quién va todo esto? Juárez se cae a pedazos, hay más bares que galerías de arte (ahora con mis dudas, por eso de las cuotas). La universidad de Juárez a veces tiene más la política de industria maquiladora y no la de darle seres pensantes al mundo, los burócratas de la cultura no tiene un objetivo claro de lo que hacen (no piensan), sólo lo hacen (y miren que sé de eso). El proceso de llegar a lo grande, a través de lo pequeño, a muchos les parece un juego y prefieren salteárselo. ¿O a quién de ustedes se le preguntó si querían ese festival? Ese es el problema: se tira la piedra, y se esconde la mano, la cultura es política, y la política en este país hace mucho que perdió credibilidad.

Creer que la cultura y la educación van  a salvar a México, es como creer en los reyes magos. No se necesita más cultura, sino más inteligencias sensible. Que te den con el dedo en la boca cada año, que te atiborren de actividades culturales de países con economías peores que la nuestra y con índices de pobreza superiores a los de México, ¿no nos debería hacer sentir un poquito apenados?

¿Cuánto se invierte en el FICH? ¿No sería bueno que esa cantidad se destinara a grupos regionales que producen arte, o la creación de públicos, o rehabilitación de espacios, que sé yo? Pero bueno, ese es el problema de no respetar los procesos.

Y es que en algo tiene lógica lo que pasa, el estado, Chihuahua, y algunas de sus ciudades, en especial Juárez, gozan de una fama terrible a nivel nacional e internacional. Pero, vamos, un festival de cultura no hará que eso cambie. Seguramente lo que sí lo hará es un director del estado nominado en Sundance o una película compitiendo en Cannes o una obra de teatro en Alemania o Francia. Eso sí pondría el nombre de la ciudad en los cielos, no la terraza veraniega de un burócrata cultural. En otras palabras: una fiesta burocrática nunca será plausible ante el esfuerzo de la creación. Hasta donde yo sé, no hay ningún Ariel para el mejor burócrata.

Pero ojo, no estoy en contra del FICH. Al contrario, la mejor obra de teatro que he visto en mi vida, fue parte de la programación del festival. Pero me gustaría, nada me gustaría más, que alguien en otro lugar, en otro festival, en otro país, diga lo mismo de algo que yo hice. Pero mientras nos sigamos comiendo la manzana de la ciencia, seguiremos recriminando el por qué lo tenemos todo, y no sabemos nada.

Un día le preguntaron a Lenin que prefería, una mujer o una amante, y él contestó que las dos. Pero, ¿por qué las dos?, le preguntaron. Para decirles a mi esposa que voy con mi amante, y a la amante que voy con mi esposa, respondió, así, el tiempo que no esté con ninguna de las dos, lo dedicará a trabajar, trabajar, trabajar.

Creo que es momento de eso, de sentarnos y pensar, y ver que las cosas no crecen de arriba hacia abajo, sino al revés. Construir quiere decir cimentar y luego levantar. Pero mientras haya quienes nos vean como niños que idealizan a superman, y no como adultos dispuestos a ponerse a trabajar juntos, no iremos a ningún lado, y seguiremos teniendo nuestra sopa cultural anual para aplacar esas ganas malditas de huir a cualquier lado.

A.G.

¿Quién está pensando en escribirle una carta de despedida a Juárez? Ni siquiera estoy seguro de qué es una carta de despedida. ¿No es la escritura siempre un lugar de tránsito? Escribe Maurice Blanchot que un libro nunca está ahí, y que se forma de hojas móviles, inaprensibles. Entonces, ¿cómo nos quedamos con una última versión en esa carta que muchos estamos dispuestos a escribir? Dice Cioran que el escritor siempre escribe más de lo que tiene que escribir. ¿Cuál escritor, el que escribió lo que después tuvo que cambiar, o el que está cambiando lo que antes escribió?

Hace un par de meses, en un panel de migración, José López Ulloa, un profesor de la universidad de Juárez, concluyendo su participación sobre algunas reflexiones sobre la migración, dijo que la peor causa de movilidad era la presión social, el miedo, y que por eso él, después de recibir una llamada telefónica a su casa, cuando daba una clase ahí, en donde se le amenazaba con cortarle la cabeza sin importar que estuvieran sus estudiantes, comenzó su círculo de migrante. ¿Cuánto valor tiene esas últimas palabras de López Ulloa antes de tomar un avión a Guadalajara? Si existiera esa última despedida que nos une a un lugar, a una persona, a uno mismo. Nietzsche, ya sumido en la locura por la sífilis, firmó una última carta con el nombre de El crucificado. ¿Esto lo convierte en un profeta, un ser mesiánico que se parte entre el mundo de la divinidad y el terrenal, que es sacrificado por el bien de algo que no es necesariamente él? El viejo profesor alemán que, ya fuera de sí, bajo los cuidados de su hermana, lloró agarrado al cuello de un caballo, triste, lamentándose de ambas vidas. ¿Era el último Nietzsche el que hablaba?

¿Cómo saber si seremos los últimos en escribir cuando tengamos que decir adiós, que no volveremos, eventualmente, a corregir lo que ya no nos define?

No puedo escribir una carta de despedida a Juárez. De hecho, no puedo escribir una carta de despedida, nunca. Lo haré, pero luego, tarde o temprano, tendré que volver a ella, al concepto, y comenzar de nuevo. Pero si quiero resumirme en una palabra, sin explicaciones complicadas, diré adiós. Adiós a Juárez. Aunque ya, en este momento, me estoy arrepintiendo.

Sabiduría que hace que en un momento determinando, a partir de la iniciación de la que hemos hablado frecuentemente, se produzca una especie de iluminación y reconozcamos que las experiencias vividas nos condujeron hasta un puerto seguro. Éste es el cortocircuito del que habla aquella antigua sabiduría que le decía adiós a la fortuna al haber llegado al puerto: Inveniportum spes et fortuna valete, Michel Maffesoli.


Ale.

Este país está hundido. Es como el hoyo del cementario después de que se ha robado una tumba. Hay gusanos y polvo. Nada más.

Hoy estaba en Recaudación de rentas para que me reestablecieran la cuota fija (que es de mil pesos, subiendo más de lo doble  a la pasada).Pero antes de esto,nos hicieron mandar una carta de pidiendo casi casi perdón por ser unos ciudadanos de cuarta (en serio, nos pidieron una carta donde teníamos que decir por qué somos un jodidos que no podemos pagar impuestos). Fue un señor a tomar nota de nuestros gastos y ganacias. Es decir, fue a comprobar que en serio somos jodidos. Nos dio un papel para hacer una cita y llegamos bien temprano. Después de una hora y media de esperar, viendo el programa Hoy, en donde desfilan los personajes más irónicos de la farandula, nos llamaron. Era una chica sin chiste. Hernández, se apellida. Tiene cara de que no ha tenido sexo en varios años.

Leyó la carta que habíamos mandado. Claro, hasta ahorita. Se fue un rato y regresó. Me preguntó si fui yo quien había hecho el trámite pasado. Dije que sí. Dijo que entonces no sabía que había dicho yo para que subiera tanto. No sé si me explico. La chica insinuaba que era yo el culpable. Le dije que dí las mismas cantidades que esta vez, y que la persona que me atendió dijo que no se podía hacer nada, era lo menos. Se volteó y volvió a la computadora. Le pregunté por qué había subido tan drásticamente. Insistió en que no sabía que había dicho yo. Yo también insistí en que había dicho lo mismo, que si algo había cambiado, era en el aumento de los gastos y la reducción de la ganancia.

Al final lo dijo. Después de mucho tiempo. Dijo que había un nuevo impuesto, y que los anteriores habían subido para este año. Ah, pensé, todo es más claro.

Se fue de nuevo y regresó. Dijo que no podía hacer nada, que lo iba a consultar con sus jefes/dioses para ver lo que se podía hacer. ¿Qué? ¿Cómo? ¿En qué momento? Después de la carta, de la humillación, del tiempo perdido, sólo viene a decirnos que no puede hacer nada. Me enojé un poco y le pregunté. ¿Y dónde veo reflejados los impuestos que pago? Repitió la pregunta en voz baja. Sí, dije, en dónde. Pues se van a la federación. Pensé que la chica estaba sorda, o sólo un poco tocada. Sí, pero dónde se ven reflejados. Yo como contribuyente dónde veo lo que pago. Bueno, dijo mientras se reía, por ejemplo, en la seguridad. Ah, dije, entonces aparte de los cinco robos que nos han hecho en el año, aquí también nos roban. Cambió la cara por una muy seria. Mi mamá se molestó que hiciera esa pregunta, por eso fuimos discutiéndo en el trayecto a la casa. Dijo que fueramos en agosto, que pagaramos y ella vería.

Eso fue todo. Regresamos.

Mi mamá seguía con los reclamos. Estoy harto de que siempre seamos nosotros los que nos tenemos que hincar, los que tenemos que pedir perdón, y que sean ellos los que no tienen que dar respuestas sobre su trabajo, y nosotros, cuando estamos en esas situación, estamos condicionados a decir la verdad,aunque ésta sea humillante.

Conocí a mi burócrata favorito. Se apellida Hernández y trabaja en Recaudación de Rentas, y es un robot, tan frío como la computadora que se ha vuelto indispensable para hacer su trabajo. Un robot ajeno a lo que pasa a esta ciudad, a este país, a este mundo. Que sólo sabe decir «sí, señor» «no, señor». Que no le gusta dar respuestas, y si las da, lo hace de mala gana, enfadada, incluso molesta.

Es cierto, tengo que ser más moderado, mucho más mesurado e inteligente. Mi mamá puede tener cierta razón en eso. Pero la vida es incertidumbre, y  no sé cuánto me quede en ella, por eso hago esto, exijo y no me quedo callado. Para que cuando muera, y llegue con el buen dios, él me diga «Diste mucha guerra allá abajo», y yo conteste «bueno, pero no más que tu hijo, ¿estás de acuerdo?»

Alejandra.

Estaba sentado en frente de la coordinación de literatura, esperando a una secretaria para que me diera un oficio (qué raro decirle oficio a un papel). Saqué la cartera y la dejé enseguida de mí. Y, claro, la olvidé. Regresé a los veinte minutos y la cartera no estaba. Nadie vio nada. Nadie supo quién fue. Me jodieron con 700 pesos y todas mis identificaciones (no podré votar estas elecciones, bien por mí). Me jodieron la licencia de manejar, la identificación, un pase doble para el teatro, una credencial de ATM de un banco en El Paso, la credencial de la biblioteca de UTEP.

Es cierto, 1/3 parte de la gente que habita en el mundo ya le caes en los huevos, te odian y sienten rabia por ti. La razón: tu nacionalidad, tu dinero, tu físico, tu religión, tu existencia. Una parte del mundo te quiere ver jodido y muerto. yo descubrí hoy a uno de los tanto que me odia sin conocerme (igual que el pendejete que hizo que me pusieran una multa, los que me han robado cosas del carro, etc. ). Y todos en algún momento nos encontraremos con ellos.

No sé si les ha pasado, pero a veces llegan a un lugar y la persona encargada les trata mal: no es cortés, hace malas caras, te minoriza, te ignora. A mí me pasa. No mucho, pero cuando menos lo espero surge el hijo de la chingada.

Y lo sé, porque ellos lo saben, porque soy más alto, porque hablo sin haiga y sin fuistes, no digo siñora, estudio, hablo inglés, hago viajes de negocios, no me importa la fama, ni las mujeres, ni el poder, ni el dinero, soy más feliz con menos y ellos no saben cómo lo hago (Zizek diría que es una envidia de mi goce que los excluye del suyo). Porque tengo más amigos, y los que tengo son más inteligentes que los de ellos. Porque leo y escribo más, porque hice un cortometraje, escribí una obra de teatro y publiqué un libro.

Pero el problema, el grave problema de todo esto, es que ellos no lo saben. No saben quién soy. Y aún así, sin saber quién, lo hacen. Ahora soy un desconocido sin credenciales, tengo que ir por la licencia de manejar y la identificación, sacar de nuevo la credencial de la escuela y del banco, esperarme a la electoral. Todo. Y sólo porque un pendejo (o pendeja, no quiero ser machista), me robó la cartera.

Lo primero que pensé cuando lo supe, fue: ojalá los soldados lo paren, y uno, el más feo y chaparro de los milicos, le dé una patada en los tanates como si fuera a tirar un penal. Con eso estoy feliz, porque ese puto ya se ganó a un enemigo: Dios (¿yo?, para nada, tengo una vida demasiado pacífica como para ponerme a odiar).

Diana.

Tal vez era una mañana fría de marzo. Una fría mañana del 6 de marzo de 1916, y Frank Scotten, alcalde de la prisión de El Paso, Texas, mandó la instrucción, junto con el director médico, para que cincuenta prisioneros fueran desinfectados en el patio central. En esa fría mañana, seguramente era temprano, los cincuenta prisioneros, la mayoría de origen mexicano, fueron desnudados y bañados con una mezcla de querosén y vinagre. La práctica ya era bastante común en el tránsito de Juárez a El Paso como medida higiénica. En la prisión también ya se había vuelto como algo inherente al ser mexicano: en un sentido racial se cargaba con una suciedad que requería de todos los elementos para ser limpiada, aunque se sabía que tarde o temprano volvería a ensuciarse. Pero es que esa fría mañana de marzo, cuando los hombres yacían desnudos en el centro del patio central, un accidente causó un incendio inmediato: los hombres bañados con la sustancia higiénica ardieron rápidamente hasta volverse ceniza.[1]

Y como el holocausto judío, este también fue amenazado indirectamente al olvido. “El Paso, como un todo, pareció ponerse de acuerdo en echar tierra al hecho como para hacerlo invisible a la memoria colectiva.”[2] Una amenaza con impactos diversos en ambas regiones de la frontera: un nacionalismo reforzado por parte de México, y una actitud victimaria y de olvido por parte de El Paso (unos días después, Francisco Villa atacaría Columbia. Suceso que luego sería utilizado por Estados Unidos para opacar el incidente en la cárcel: “En menos de dos semanas, el asunto dejó de ser el holocausto en la cárcel paseña y se convirtió en la entrada a territorio mexicano de una fuerza expedicionaria enviada por el gobierno estadounidense y que, si bien era de carácter punitativo contra Villa, no dejó de ser una invasión de una nación a otro.”)[3]

La memoria es exigente a lo que sucede, pero quien la hace hablar puede poner o quitar lo que se le antoje. Y eso, sin duda, es lo que encontramos en esto: el olvido del suceso crudo imborrable, desplazado en una memoria de corto plazo. El filósofo esloveno Slavoj Žižek dice que cuando algo es demasiado crudo, demasiado terrible, lo convertimos en ficción.[4] ¿No sucede lo mismo con el holocausto paseño, que puso en jaque no sólo la vida de los internos gracias a la explotación, sino a todo el sistema carcelario y de vigilancia? El error, o la mala intención, depende cómo se mire, tenía que ser olvidado rápidamente. González Herrera argumenta que El Paso se encontraba en el proceso de una ciudad ideal, con claros ejemplos de vigilancia y detonación económica (a pesar de localizarse en seguida de México), y una mancha de este tipo no podía traer nada bueno. Entonces, como dice Žižek, había que volverlo ficción, o, en su efecto, olvidarlo.

Similar a lo descrito por Wajcman y Primo Levi sobre la policía secreta amenazando a los judíos al olvido, ellos no lo hacían en un sentido autoproteccionista. No pretendían que el olvido imperara para salir bien librados en el futuro, pues los hornos eran máquinas, como escribe Wajcman, de odio y exterminio. “Un borramiento integral, de los cuerpos y de la memoria de los cuerpos. Fábricas para borrar los cuerpos y para tachar las almas. Máquinas de rayar lo eterno de los sujetos.”[5] Mientras en el holocausto paseño, el odio era disimulado en operaciones gubernamentales justificadas: los mexicanos son sucios porque son pobres, y por lo tanto había que limpiarlos. El discurso era diferente, pero partían de una misma base. Unos querían que se olvidara para siempre al enemigo, los otros que se recordara lo menos, o lo que más convenía.

¿Pero no son los dos finalmente una representación de lo que Wajcman llamó el “crimen perfecto”? Eso que se hace creer que nunca sucedió. No lo que se ha olvidado, sino lo que ha sucedido y nunca tuvo lugar: el crimen que nunca ocurrió, que no queda ni un rastro mínimo de memoria ante él. Tan impune que no han quedado rastros. El crimen perfecto de alguna manera no es un crimen, porque nunca tuvo lugar. ¿No sería el efecto contrario con la fotografía como escribe Barthes: una fotografía que ha tomado algo que no existe, que nunca pasó, y que el único rastro es una fotografía en blanco?

Fotografía, Diana.


[1] Carlos González Herrera, La frontera que vino del norte, Taurus, México, 2008: 234-244.

[2] Ibíd.: 243.

[3] Ibíd.: 244.

[4] Una referencia directa y clara sobre este punto, es posible encontrarlo en el video The pervert’s guide to cinema, de 2006, dirigido por Sophie Fiennes.

[5] Gérard Wajcman, El objeto del siglo, Amorrortu editores, Buenos Aires, Argentina, 2001: 220.

Hoy tenía una plática con los alumnos de un amigo, el Dr. Howard Campbell, en una clase sobre cultura mexicana, en UTEP. Y digo tenía, porque llegué bastante tarde gracias a las casi dos horas y media que hice en el cruce de Juárez a El Paso. Lo cual me molestó mucho, pues sabía que esto era por la situación de inseguridad y violencia, y me molestó porque sabía que era una medida de seguridad fronteriza por parte de EU para frenar a los «grandes narcos» de México. Y es que cuando la gente del poder hace algo, nosotros somos los que pagamos: si se cierra la frontera, la cierran para ti y para mí. La gente de poder se ríe, mientras nosotros llegamos tarde a nuestras citas.

Entonces llegué tarde. Buscaba desperadamente estacionamiento en UTEP, porque con eso de que cobran una cantidad impresionante por estacionarte dentro, busqué por las calles aledañas, que son una zona residencial. Entonces veo un lugar y me estaciono, pero noto que la punta sobresale un poco. La verdad no mucho, la cochera era grande, y si alguien hubiera querido salir, fácilmente lo logra. En fin, me fui, corriendo porque llevaba cuarenta minutos de retraso. Cuando entré al salón, quedaba menos de la mitad del grupo, pero Campbell entendió que la lógica del puente es bastante ilógica. Leí unas cosas que luego comentamos, y ya, diez minutos y adiós, aunque Campbell me dijo que fuera el miércoles para que estuviera todo el grupo. También me pidió que lo acompañara a su otra clase donde iba haber una exposición sobre Heavy Metal.

Al terminar, ya con paso tranquilo, veo que el dueño de la casa de la cochera obstruida por mi coche, estaba afuera. Subí mis cosas al carro y se acercó. Un joven alto, bien parecido, con barba y cabello largo, con una bonita casa, una camioneta nueva, color negra. «Estás tapando mi cochera», dice en un pésimo inglés. Le contesté que lo sentía mucho, que iba tarde y nunca imaginé que no iba poder salir, que había tenido un mal día. El joven, de unos 28 ó 29 años, con su novia, o esposa, o novio, tal vez, a su espalda, sentada, le decía cosas (la verdad no sé qué). Me contestó que no le importaba, que ya había llamado a la policía y que estaban a punto de llegar. Y sí, llegó la policía, y le dije de nuevo que lo sentía, que le pedía una disculpa, y que obviamente me estaba haciendo responsable de todo, y que sólo le pedía que entendiera mi situación. Su respuesta fue, de manera fría y directa, «no me digas eso a mí, dicelo a la policía.»

El agente Álvarez se acercó y escuchó lo que pasaba. Creo que le dio un poco de pena la situación, tal vez porque sabía que la cochera no estaba siendo totalmente obstruida y que el dueño de la casa no parecía tener la más mínima intención de cambiar su postura a pesar de que el involucrado y causante de todo, o sea yo, estaba en una postura tranquila, aceptando su culpa y que además extendía constantemente una disculpa. El policía me dijo «bueno, pues, tengo que poner una multa.»

Me la dio y me fuí, y me fijé que el joven se metía a su casa, con su novia, o novio, o esposa, no sé. Me esperé un poco para saber su prisa, y no, nada, no salieron: no había prisa, sólo era el cumplir con el deber. Y sí, probablemente eso es lo que pensaba, que estaba haciendo la buena obra del día, que era un buen ciudadano, un buen patriota. Alguien que habla a la policía porque no está dispuesto a preguntar o saber nada más, porque necesita alguien que hable y juzgue por él. Felicidades por el buen ciudadano. Ahora tengo que pagar 52 dólares, y todo por ser un mal ciudadano.

Pienso qué hubiera hecho yo si estoy en la misma situación que él, y creo que lo mismo, sólo que sin hablar a la policía. Porque me ha tocado pasar situaciones en la que yo tengo el poder, y, sinceramente, no lo uso, o lo uso por el bien de los dos. No quiero enseñarle a nadie cómo ser un buen ciudadano, sólo no quiero joderlos más, es todo. Me vale si aprenden de la ley, o de las multas, o si para la otra lo pensarán dos veces, sólo quiero evitarle un problma más en un ciudad llena de tantos problemas. Que no pague por algo que se me haría ridículo, y si en verdad lo siente, perfecto, porque de la otra forma, aunque tuviera que lavarme el coche por un año de castigo, no cambia nada.

Y es que soy buena persona, en serio, y por eso aprovecho para decirlo: no seamos culos con las buenas personas, algún día los vamos a necesitar, y, de seguro, como me ha tocado a mí, te vas a setnir muy bien que un desconocido te trate como si fueran amigos de toda la vida, y que te entienda sin necesidad de alguien en medio.

Dedicado a quienes no podrán ver los mejores buenos día que vienen

Nadie puede decir que la vida de un pato es fácil, y menos un humano egoísta que se pasa toda la vida siendo un humano.

No, la vida de un pato nunca es fácil, y, en caso que lo fuera, no debería correspondernos a nosotros juzgarlo. Y es que con tantas cosas alrededor de la ciudad en donde vivimos, se nos ha olvidado preguntar por ustedes. Tal vez porque creemos que somos los únicos que sufrimos gravemente, mientras ustedes se la pasan nadando en el agua, preocupados de comer y dormir lo suficiente. Incluso llegamos a pensar que si tienen un problema con algún hermano pato, sólo se mueven a otra sección del parque. Lo cual sigue siendo ese pensamiento egoísta de humanos insolentes. Incluso hemos llegado a pensar que todos los patos son iguales, y, por lo tanto, todos deberían llevarse bien siempre. Si uno de ustedes enferma y fuera retirado de su lugar habitual, no nos importa pensar en qué lugar lo recogimos: lo dejamos en un montón de otros patos que tal vez ese pato enfermo nunca había visto en su vida. Entonces, además de convaleciente, no tiene a ningún amigo cercano con quien compartir sus experiencias, para luego andar solitario picando en el suelo una comida que no pretende encontrar

Qué pena me da mi especie cuando me comparo con ustedes y la manera en que los hemos convertido por nuestra necesidad de no tomarlos enserio.

Recuerdo aquella vez que Mayra y yo íbamos corriendo cerca del lago artificial y encontramos el cuerpo de un pato tirado junto un árbol, muerto, con la cabeza hundida en el agua. Por varios días el cuerpo permaneció ahí, estático, pegado al árbol y con la cabeza en el agua. Nadie se había preocupado por recogerlo, y nosotros tampoco nos molestamos en avisar. En ningún momento nadie midió las consecuencias de estas acciones en la comunidad patuna del parque.

Qué pena me da ahora que lo recuerdo.

Porque no hemos comprendido qué es ser un pato en una ciudad como esta. Sabemos qué es ser ingeniero, panadero, mujer golpeada, obrero de maquila, cura, violador, hotelero, narco, sicario, policía, soldado, incluso sabemos qué es ser pocho y chicano, jarocho y torreonero. Pero nunca un pato. Y nuestra única comprensión se reduce a «qué bonito pato, mamá» o «mijito, llévale este pedacito de pan». O sólo «pobrecito, se murió», para luego subirnos al automóvil y meternos en la ciudad humana que hemos construido. Una ciudad humana en la que a veces no podemos vivir ni siquiera nosotros. No quiero pensar cómo lo hará un pato.

Qué pena nuestra ciudad humana inadecuada para todos.

Pero lo sé, y por eso mismo, de un tiempo para acá, he tratado de comprenderlos. Tal vez por la razón que yo también me siento como un extraño aquí, no igual a un pato que camina perdido en una ciudad llena de motores y luces, pero algo parecido. Siento que deberíamos detenernos un poco a escucharlos para preocuparnos más por ustedes y menos por nosotros. Tal vez necesitamos más patos y menos Prozac; más pan molido y menos deudas; más lagos artificiales y menos maquiladoras; más cuac cuac y menos bang bang.

En una de estas famosas escenas de la primer entrega de El Padrino de Francis Ford Coppola, vemos a Vito Corleone esperando a una fila de personas con la intención de pedirle algún favor. Asesinatos, dinero, protección… A cambio, por supuesto, porque siempre hay algo a cambio, el padrino pide lealtad a la familia y un trato respetuoso hacia él. ¿No es este accionar una clara representación de la obscenidad política propuesta por Slavoj Zizek[1] que sirve como base a al estructura legal, y una postura contrapuesta a la política del espectáculo de los posmodernos como Maffesoli y Lipovetsky[2]? Debería ser la política en su forma más simple y real. No con los protocolos televisivos, ni los discursos preparados, sino una acción utilitarista sencilla en donde los hombres de poder se unen para hacer los pactos diplomáticos con el necesitado. Es, sin duda, la representación del poder fáctico ilegal.

Puede sonar controversial, pero sin duda esto es lo que México y Ciudad Juárez necesitan. La razón principal es la de no terminar siendo un intelectual más, de estos que Zizek acusa con el “seamos realistas, pidamos lo imposible”, en donde sólo se pide lo que no se puede alcanzar para mantener una forma de vida. Es verdad que por mucho tiempo hemos padecido esto, incluso en la actualidad persiste, por eso necesitamos que los líderes del narcotráfico intervengan de manera más inteligente entre ellos.

Las figuras recreadas por Mario Puzo, autor de las novelas que luego se convertirían en la trilogía hollywoodense, son personajes tomados, si se quiere, de la realidad nacional. Esto nos lleva a pensar en una pregunta que surge con la analogía: ¿realmente necesitamos policías o gobiernos que detengan el narcotráfico o un Vito Corleone generalizado capaz de organizar las mafias?

Recordemos otra escena: cuando Sonny, el hijo de Vito Corleone, es asesinado salvajemente por una familia contraria, la reacción es simple y dramática: llamar a todas las familias para detener la guerra. O, en otros términos, “Deja el arma, toma el cannoli”, es decir, corta el problema y hablemos. Talvez estoy siendo víctima del miedo. Es lo que menos me importa en este momento, porque todos en esta ciudad, en ciudad Juárez, están sumidos en el miedo.

Así que vayamos al grano: el problema del narcotráfico en México no es la droga (lo es, en un sentido figurativo, pero no es lo que nos preocupa tanto en este momento, porque la droga existe y, probablemente, existirá por siempre), sino las consecuencias perversas: asesinatos, extorsiones, corrupción, impotencia. La medida normal que los gobiernos toman es una lucha frontal, la guerra declarada. Lo cual no está mal, al contrario, está obligado a tomar este tipo de medidas, sólo que terminan siendo batallas ridículas que no concluyen nunca.

Vamos, ahora sí seamos realistas: lo que necesitamos es un Vito Corelone, o una mejor organización de las cabezas de los grupos de narcotraficantes. Y es que los que estamos en la ciudad sitiada, esta de la que habla el sociólogo Bauman, sabemos que la batalla se está perdiendo y nosotros, los ciudadanos desperados, no sabemos qué hacer. ¿Apostar por una seguridad pública más exigente, cediendo en mayor medida nuestra libertad? Algunos dirán que sí, y está bien, pero habrá un límite. Nos podemos esconder, podemos huir, pero nunca estaremos totalmente fuera de la línea de fuego.

Yo ya me di cuenta. Me di cuenta que el sueño de Mario Puzo se está convirtiendo en la única esperanza de Juárez.


[1] Es pertinente remarcar que la obscenidad destacada por Zizek tiene que ver con estos usos y hábitos que de alguna manera coexisten con la estructura real, es decir legal. Un ejemplo utilizado por Zizek es el ejercito: por un lado existen reglas a respetar, cargos, términos, jerarquías; por otro, un lenguaje soez, apodos, sentidos distorsionados.

[2] Muchos ven con desconfianza esta política del espectáculo, pues se sirve de elementos discursivos y de simple simulación para resolver problemas reales.