Se fue. Traté de ayudarlo. Hice que lo vigilaran. La buscó por años sin encontrarla. Muchas madres buscaban a sus hijos. Era la locura. Un día empezó a reírse, sin razón, Wajdi Mouawada, Incendios.

Hace casi tres años, cuando comencé mi tesis de licenciatura en el programa de sociología, sabía que eso de lo que la estaba haciendo se convertiría en un fenómeno cada vez más recurrente en el mundo. Era algo inevitable a simple vista. Gira sobre tres ejes muy simples: sociedades cada vez más vigiladas, nuevas tecnologías de información y la respuesta de los usuarios a la primera por medio de la segunda.

Aún recuerdo perfectamente lo que me llevó a ese tema: el caso de Tomohiro Kato, un joven japonés que, harto de su vida y su trabajo, asesinó a una cuantas personas en un barrio altamente tecnologizado de Tokio después de anunciar su crimen por la Web. Desde su celular, mientras se dirigía en una camioneta que eventualmente estrellaría contra un grupo de transeúntes, mandó seis mensajes a un foro tipo chat donde decía que estaba cansado de vivir y que estaba apunto de cometer un asesinato.

Kato me abrió los ojos. Me los abrió para entender que algo en el mundo estaba cambiando—o que ya lo había hecho y que esto era apenas el principio—.

Después, ya de lleno, descubrí nuevos casos. Algunos ocurrieron después de las acciones de Kato, otros tenían años de haber ocurrido. Estados Unidos, Finlandia, Japón, Gran Bretaña, Holanda, Alemania… Países con un alto número de usuarios circulando diariamente en Internet. Países que, a comparación de la mayoría del mundo, viven en condiciones económicas bastante decentes.

Mi tesis decía que las nuevas tecnologías de comunicación estaban siendo utilizadas por los usuarios como espacios para convertir su privacidad en un espectáculo, inundándose la red de espacios donde los usuarios construyen las páginas subiendo información personal, como Wikipedia o Youtube, generando una respuesta natural de los sistemas de seguridad de observación virtual. Hasta ahí todo parece ser bastante obvio. Si Gilles Deleuze viviera, se daría cuenta que su propuesta teórica tenía una comprobación cada vez más latente.

Pero había algo más. Entre más vigilancia existe en estas nuevas tecnologías, la respuesta de los usuarios es también mayor. Hoy Internet, tecnología surgida de las filas militares, es un monstruo imposible de asimilar. Hay tanta información, que la tarea para conocerla toda es simplemente improbable. Además de lidiar con la veracidad de esta, lo cual la convierte en algo todavía más complicado.

A través de los ojos de algunos teóricos, me di cuenta que el sistema de vigilancia actual había creado los elementos de su autodestrucción. Si Walter Benjamin pensaba que la especie humana es la única en ver su destrucción como un placer estético, habría que agregar que la vigilancia es el único sistema que para logar su objetivo generar los obstáculos para alcanzarlo.

Pero de esto ya he escrito mucho. Pero es que hace poco me he dado cuenta que algo dentro de mí sigue teniendo razón. Wikileaks, la página que ha puesto en jaque a todos los gobiernos del mundo, es la prueba más contundente. Una página que revela información secreta, subida por usuarios anónimos—pero finalmente usuarios—que revela datos sobre guerras secretas, acciones de censura, enemigos de Estado. Tal vez los Estados Nación de la Guerra Fría, y en específico las dos potencias que disputaban el mundo, en algún momento pudieron tener el control de la información. Hoy parece que eso ya no tiene mucho sustento. Conforme pasa el tiempo, y la vigilancia y seguridad sigue con su interminable carrera de lo secreto, sus pequeñas averías están generando fuertes motivos de incertidumbre.

Lo único seguro hoy en día es que tarde o temprano, la información, en esta búsqueda de democratización, terminará siendo un juego político que nadie con poder querrá jugar.

Amén.

Foto: yo.