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Los reconocimientos artísticos son impulsados por guiños. Arte y cultura, se debería de decir en términos burocráticos. La aseveración viene de la mano por ese desden, por no decirle peor, a los reconocimientos de las personas involucradas en el arte (y la cultura). Que si nos vamos por ahí, también se engloba la paz. O eso por lo menos es lo que parece decirnos el comité dictaminador del premio Nobel, uno de los reconocimientos occidentales más importantes a nivel mundial. En términos más vulgares, los Oscares del conocimiento.

Pero a diferente de la política de Estado, es decir, la política de las clases políticas, de los administradores públicos del poder (por, disculpen la redundancia, no decir algo más grosero), el arte y la cultura son sólo simbolismos masturbatorios que poco o nada inciden en esa política de Estado. Las lecturas y reflexiones profundas de los artistas terminan en el fondo del bote de basura de las y los grandes líderes mundiales. La razón es que el arte en la política ha hecho, y no tanto por los artistas, aunque no son ajenos, de sus expresiones y decisiones un gesto, un palmada en la espalda. ¿Recuerdan el premio Nobel de la Paz del año pasado? No espere escribirle un mensaje de felicitaciones porque está en la cárcel. Tan así como el fútbol y el ejemplo más claro de ese gesto inútil: Turquía disputa la Copa Europea, pero está a años luz de unirse como miembro permanente a la Unión Europea.

Así de simple.

Ahora ese gesto inútil lo da el premio Nobel de la Paz al momento de decidir que Europa (aún sigo buscando a cuál de todas las europeas que existen) es quien se merece ese reconocimiento. No es desconocido el drama económico que vive el continente, seguramente el  más golpeado desde la crisis inmobiliaria de Estados Unidos en 2007. Hoy en día discute su futuro comercial y político, rescata países que lentamente se hunden en el maremoto globalizador; cuando sus jefes y jefas de Estado se deshacen para dar esperanza e imponer la ley del más inteligente; cuando España está amenazado de ser la economía con menor crecimiento el próximo año; cuando Grecia ha lanzado una moneda al aire con dos opciones que no parecen ser la solución a sus profundos problemas económicos; cuando las prácticas en contra de los migrantes ilegales de Europa oriental continúan, incluso, por momento, se recrudecen; cuando es la región con mayor desigualdad entre ricos y pobres per capita.

Pero para subsanar esos males, y darle un mensaje claro al mundo de que las artes, la cultura y ahora la paz siempre harán alguno que otro guiño en nuestro favor, se le da el premio Nobel de la Paz a Europa. Tal vez algún día no muy lejano, nosotros también nos merezcamos un Príncipe de Asturias, una beca Ford o una placa conmemorativa por nuestra valentía ciudadana.

Quién sabe.

A lo largo de la vida, tendremos que esperar en muchos lugares. A veces con alegre ansia, otra con grosera desesperación. Las geografías comunes de estas esperas son las filas. O las colas. O las líneas de espera. O los fenómenos esos en donde un montón de gente se pone uno tras otro en espera de algo. La flora de esa geografía: las televisiones encendidas en algún programa mañanero de Televisa, las revistas que hacen alusión al programa mañanero de televisa, los asientos incómodos, las ventanilla de cristal con un círculo en el centro resguardando al verdugo que nos dice espere. La fauna la ponemos nosotros. Las especies van desde el impaciente que se mueve por todos los rincones posibles, el somnoliento que prefiere dejarle al inconsciente la responsabilidad de la espera, el niño llorón, la señora que habla por celular con todos los contactos habidos en el aparato. La ecología de la fila es tan salvaje y compleja como la de cualquier selva, y tan peculiar como cualquier libro de primaria sobre organismos multicelulares.

Las filas estarán en nuestra vida siempre. Y siempre, como dijo una vez Carlos Monsivais, tenderán a lo infinito, a lo eterno. Su elemento esencial es que siempre estarán ahí. Nos perseguirán como un fantasma. Daremos la vuelta para el cajero del banco, y ahí estarán. Pacientes, como la roca que espera en el fondo del río para que este se seque y pueda volver a ver el sol. En la cita del hospital, en el supermercado, en el trámite de las placas, en la licencia, en la identificación, para votar, para impugnar una elección, para exigir una factura, una disculpa, una pregunta o una camiseta gratis.

Nos podemos mimetizar en ella o no esperar. Podemos ver la programación de las 10 de la mañana de un canal que no sabíamos que existía o renunciar a la filocracia que se nos ha impuesto. Podemos buscar alguna víctima de nuestra impaciencia y sumar un nombre a la lista de amigos pasajeros, o desistir. Podemos, pero incluso para esa acción tendríamos que hacer fila. Díganmelo a mí, que aún estoy en ella.

Todos los países que han apostado a que sus sistemas económicos dependan de los sistemas bancarios internacionales, en algún momento tendrán que pasar por un tipo de rescate. Ya sea un rescate por los organismos monetarios de la región a la que pertenecen, como España o Grecia, o rescates internos, como Estados Unidos. También pueden caer en deudas con instituciones de financiamiento o simplemente declararse en bancarrota y esperar que ocurra algo milagroso.

La razón es que los bancos y países tienen objetivos y medios diferentes, por no decir indisociables, que no se empatan, pues dependen enormemente de la actitud de los mercados, los cuales normalmente están sometidos a las reglas de los especuladoras e inversionistas ventajosos.

México es parte de la Alianza del Pacífico junto con Colombia, Perú y Chile, la cual defiende el libre mercado frente a las otras de la misma región, como la del caribe o del atlántico, que asumen una postura de regulaciones de mercado mucho más controlada. Esta alianza se ha metido, aún no de fondo, a la lógica del sistema financiero global: mercados libre, posturas desreguladas, prácticas no proteccionistas del consumo por parte del Estado.

Junto con esto, al finalizar la reunión del G20 en Los Cabos, Felipe Calderón hizo una conclusión del encuentro diciendo que todos los gobiernos presentes habían aceptado en no hacer prácticas de regulación de los mercados. El discurso estaba lleno de falsedades que los hechos desmienten. La economía griega acaba de ser recuperada y un gobierno moderado había llegado al poder con la esperanza de seguir en la Unión Europea; François Hollande, en Francia, rechazaba práctica de austeridad en su gobierno y parecía tomar distancia de la política económica de la canciller alemana; Estados Unidos, unos años antes, y aún con el gobierno de Barack Obama, había hecho uno de los rescates bancarios más grandes de toda la historia de ese país; España, con un Rajoy que quiere mostrarse como si fuera él quien pone las condiciones, ha tenido que bajar la cabeza y estirar la mano frente a la Unión Europea.

Estos casos muestran algo alarmante: una postura oficialista que no quiere preocupar a los inversores, los cuales afectarían directamente a los bancos de inversión, estos a los bancos de ahorro, estos a los créditos y estos al país entero, pero que en el fondo está haciendo constantes rescates bancarios e incurriendo en prácticas de regulación sin asumir una postura oficial y contundente. Se regula sin decir que se regula. Como si no decirlo fuera argumento suficiente para demostrar que no existe.

Paul Krugman mencionó hace un par de días en un artículo en el periódico El país que Grecia es sólo un síntoma de una crisis más profunda en Europa, pero que los gobiernos de Alemania y Francia lo pusieron como un caso excepcional y consecuente de maquillar su situación financiera y mentir en los diagnósticos que se hicieron a su economía. Krugman agrega que Grecia fue un chivo expiatorio bastante útil para mantener el pegamento de la Unión Europea, el problema es que a ese caso se sumarán otras más muy pronto (como ya lo hizo España, y como lo fue Irlanda)

Hasta aquí podemos dilucidar que el culpable de la crisis económica mundial (el texto Caída libre de Joseph Stiglitz lo profundiza con mayor detalle) es el sistema bancario.

La relación indisociable hoy en día entre el funcionamiento económico de los países y los sistemas bancarios como la base en donde todas las transacciones económicas ocurren, ha ido mermando la capacidad regulatorias de los gobiernos, lo que generó enormes burbujas crediticias (sólo habría que destacar el sector, rascar un poco y encontrar la tajada que los bancos se llevaron a través de los créditos que otorgaron) que tarde o temprano detonaron, hundiendo las economías nacionales y obligándolas (sí, aunque suene contradictorio, los gobiernos se sintieron obligados) a rescatar los sistemas bancarios para reactivar sus economías.

Como el aceite que engrasa al sistema económico se había secado, se tenía que inyectar dinero en la base para que volviera a caminar. El aceite eran los bancos, y el dinero, nuestros impuestos.

Esta estrategia heredada por Alan Greenspan, quien se vendió a sí mismo como el gran economista que llevó a la gloria de los noventas a Estados Unidos, fue quien creó esa burbuja. Hizo pensar que el dinero virtual de los bancos era dinero real, y que las deudas, activos tóxicos o carteras vencidas, podían ocultarse y venderse a otros inversores para recuperar lo perdido. Pero así como la basura cuando se esconde bajo la tierra llega un día que se desborda por los hoyos de los campos de golf, así lo hicieron todas esas prácticas inseguras y arriesgadas.

¿Qué pasa con México? Los créditos bancarios crecen y la gente se endeuda, de acuerdo al Banco de México. Es decir, se genera una burbuja. Es decir, se hace creer que se tiene dinero cuando no es así.

Mientras tanto, las instituciones encargadas de diagnosticar y (aunque no lo parezca) regular el sistema económico y financiero del país dicen que todo marcha bien y que las crisis que golpearon a países como Estados Unidos en 2008 a penas lo tocaron (lo mismo que se dijo de España dos años antes hasta que la bomba detonó en 2012).

Se cae en el mismo problema que Estados Unidos y Europa: se toma una postura de desregulación para no enturbiar los mercados haciendo creer que la economía crece, cuando realmente sólo se construye un teatro a través de los créditos. Esta solución es como defender una caja de ahorro con un espantapájaros.

De acuerdo a la Asociación de Bancos de México, el préstamo otorgado por la banca comercial (ojo, sólo la banca comercial) en materia de consumo llegó a 524 mil millones de pesos en el mes de junio de 2012. Estos préstamos, cabe mencionar, representan el 25% del total de financiamiento del sector privado otorgado por la banca comercial. No es algo que deberíamos pasar de alto.

¿La economía mexicana podría pasar por lo mismo que la griega? Si la postura desreguladora continúa, y la burbuja crediticia crece, es muy probable que sí. Pero no lo sabemos. No aún. Quiero destacar dos situaciones: contextos y condiciones. México y Grecia vienen de contextos diferentes (geopolíticos, geográficos, históricos, regionales), pero tiene condiciones similares: créditos inflados, sistemas bancarios en caída, endeudamiento, carteras vencidas desbordándose.

Y mientras se mida solamente el crecimiento de la economía con porcentajes resumidos y escuetos pero sin desmenuzar al sistema bancario o económico, crear políticas monetarias contundentes y de regulación de mercado útiles, sin miedo a las consecuencias que estas puedan tener al corto plazo, el país vuela a pasar por lo mismo que Grecia.

Eva.

Los que seguimos al movimiento Yo soy 132, surgido después de las declaraciones de Joaquín Coldwell del PRI para comenzar una cacería de brujas contra los estudiantes de la IBERO que imputaron al candidato Enrique Peña Nieto en una presentación, vimos con sopresa dos videos y una serie de documentos en su sitio Web que mostraban que el movimiento era manipulado por personajes de la izquierda mexicana, tanto de la clase política, periodistas y académicos.

El encargado del sitio www.yosoy132.mx, Manuel Cossío, asume la responsabilidad de los actos en el primer video colgado en el sitio Web:

En donde habla de cómo poco a poco se fue encontrando con que el movimiento estaba coludido con la campaña de López Obrador a través de la figura de Saúl Alvídrez, mostrado como el líder del movimiento, en donde se quiere suponer por medio de una grabación de audio que el Yo soy 132 surgió como un esfuerzo de campaña de los obradoristas con intenciones electorale, lo que supone contradice el apartidismo del grupo.

Los documentos que venían a continuación eran hojas de registro y recibos firmados por Saúl Alvídrez en el que se registraba el nombre de Yo Soy 132 como una marca industrial especificada en la clase 35, que es para publicidad, trabajos de oficina y negocios (aquí pueden revisar el manual del IMPI en donde se especifica esa información).

Como todo lo que veo siempre se me hace sospechoso, entré al catálogo del Instituto Mexicano de Propiedad Industrial par comprobar que existiera el registro de la marca bajo el nombre de Saúl Alvídrez. Después de varios intentos buscando con el número de expediente, el titular y hasta el nombre de la marca (Yosoy132, así, pegado), no encontré nada que se pudiera relacionar con lo que Manuel Cossio decía.

Lo que sí encontré, fueron seis registros de marca bajo el título de Yo soy 132. Los PDF de los seis registros los tengo conmigo, y quien guste se los puedo mandar para que los revise, aunque están en la página del IMPI. Dos a nombre de Fernando Olmos Torres, del DF, quien había hecho un registro mixto tanto del logo como del nombre:

La cual está en la clase 33, tipo 10, que es bebidas alcohólicas (seguramente un chistosín que se le hizo gracioso registrar alguna bebida embriagante con ese nombre).

Otra bajo el nombre de Rafal Michel Zárate, quien registró el nombre impreso en la palma de una mano, en el que describe su función como de alimentación o transporte de alimentos.

Finalmente, y la que nos interesa por estar registrada como una marca nominativa (así como la que está descrita en el documento de Manuel Cossío), dos bajo el nombre de Samuel Castelán Vega, registrada en la misma clase que los documentos de Cossío (clase 35, tipo 10): publicidad, gestión de negocios comerciales, oficinas y administración comercial.

Lo poco que encontré de Samuel Castelan Vega, fue un tuit en Twitter:

ALBERTO ESTRADA@lawyerestrada

@GoCaliente@rosamariatellez@irgalindo@jcmvt@toliro Via @patyeq Solicitud marca Yo soy 132 1279332 titular SamuelCastelanVega#quetal

Y una ponencia en Mun México en relaciones internacionales sobre juventud y networking.

Sobre Manuel Cossío, aparte del video en donde denuncia al movimiento Yo soy 132, están las fotografías de su viejo Twitter en donde favorece con sus comentarios a Peña Nieto (cortesía del buen Jaime Bailleres, que llegó justo a tiempo para complementar lo que ya estaba trabajando):

Saúl Alvídrez no oculta su relación con figuras predominantes de la izquierda mexicana. En cualquier buscador con su nombre les dirá más o menos quién es y sus intenciones, además de su vínculo con México ahora o nunca (además de sus intentos por relacionar Yo soy 132 con esa agrupación).

¿Cuál es la verdad? Hasta el momento la desconozco, pero sé lo que es mentira. También sé que cuando alguien decide enfrentar al poder (al poder que tiene a los medios, como es Televisa que por medio de Radio Fórmula se fue rápidamente contra el movimiento acusándolo de ser manipulado por los obradoristas) van a haber obstáculos informativos. Esto no es nuevo, en Estados Unidos durante la Guerra Civil, a los abolicionistas se les acusó de brujería, vendedores de la patria, afrancesados y traicioneros. Lo extraño no es encontrar estos cercos, sino saberlos eludir con argumentos y evidencias.

Por el momento, el grupo Yo soy 132 ha encontrado las formas de salir de este bache, pero seguramente habrá más y más profundos. El punto no es sólo caminar, sino saber levantarse.

The Guardian, uno de los medios más importantes de Gran Bretaña y quien descubriera las artimañas de corrupción política de Rudolph Murdoch por medio de News of the World y que prácticamente hizo caer ese emporio mediático, y Televisa, la empresa más grande en español en materia de medios y entretenimiento, han comenzado una guerra (y con decir comenzado, es que estamos en un momento muy prematuro para conocer su dimensidad).

Lo que podemos ver hasta ahorita, es que el reportaje detona (o renueva) durante un momento álgido en las elecciones presidenciales para 2012. Jenaro Villamil y Proceso, desde años atrás, ya habían venido destapando la aparente relación beneficiosa de Televisa con Peña Nieto. La evidencia de Villamil no ha podido ser ni comprobada totalmente,ni aceptada por las partes inculpadas. Lo que no debe llevarnos a descartar el trabajo de investigación periodístico hasta que la ola comenzada por The Guardian llegue a su fin.

El gran paso ahora es saber si The Guardia tiene evidencias suficientes como para sostener su nota, y, si es posible, darle a México las prubeas suficientes de un equivalente de lo que hicieron en Gran Bretaña con News of the world. El medio británico necesita tener una carta muy fuerte bajo la manga, si no, en unos días estaremos viendo una disculpa trasatlántica que poco onada habrá servido para estos momentos coyunturales.  Las pruebas parecen que están viniendo desde México, con la entrevista de Carmen Aristegui a Laura Barranco, una ex-compañera de Carlos Loret de Mola, quien dice que Loret de Mola le confesó que todo lo del trabajo presentado en Proceso era verdad. Tal vez no sea cierto pero, como dice Julio Hernández, por lo menos ella está ahí.

Aquí les muestro las versiones de ambos medios. Por un lado, la nota de Jo Tuckman en The Guardian, con las modificaciones realizadas hoy 8 de junio, y la respuesta de Televisa el día 7 de junio. Extraje sólo unos fragmentos que se relacionan entre sí.

1)

The Guadian:

Al ponerse the Guardian en contacto con Televisa la empresa declinó clarificar la relación entre Radar y la empresa matriz o el papel de Quintero en las dos compañías sin ver primero los documentos. Un portavoz rehusó hacer comentarios sobre las acusaciones sin ver primero los archivos. «No podemos opinar sobre información y/o documentos que desconocemos… El actuar de Televisa siempre ha sido cumplir con el marco legal vigente en México , y en temas electorales se ha observado un escrupuloso cumplimiento de toda la normatividad,» declaró.

Televisa:

Los documentos a los que alude el reportaje no fueron mostrados a Televisa, por lo que no pudimos dar una opinión de algo que desconocemos.

2)

The Guardian:

Peña Nieto y Televisa han sugerido que el documento, que se publicó por primera vez en la revista de izquierda Proceso en el 2005, podría haber sido una falsificación.

[Demetrio] Sodi dijo que era poco probable que el documento fuera una falsificación pero insistió en que él nunca ha pagado por un tratamiento favorable en los medios de comunicación. Sugirió que el documento pudiera haber estado originado entre gente que quería apoyar su candidatura, aunque el lo desconocía.

Televisa:

La reportera reconoce que se trata de los mismos datos presentados en 2005 por Jenaro Villamil en la revista Proceso, los cuales han sido reiteradamente desmentidos y desconocidos por las partes a lo largo de siete años.

3)

The Guardian:

Muchos de los archivos informáticos vistos por the Guardian estaban guardados con el nombre de Yessica de Lamadrid que en esos momentos era empleada de Radar y amante de Peña Nieto.

Televisa:

La reportera atribuye dichos documentos a una persona de nombre Yessica de Lamadrid aunque el mismo artículo señala que ella rechaza la validez de los mismos.

4)

The Guardian:

Mientras las manifestaciones en contra del supuesto sesgo de los medios de comunicación aumentan, Televisa está ahora muy interesada en probar que su tratamiento de la información es equilibrado. Ahora está cubriendo el movimiento de protesta en detalle y los presentadores de sus principales noticieros recientemente sometieron Peña Nieto a una durísima entrevista. La cadena también ha anunciado que emitirá el próximo debate presidencial del 10 de junio en su canal más popular el cual fue reservado durante el primer debate a un programa de entretenimiento.

Televisa:

La reportera miente al decir que Televisa no difundió nada de las protestas antiPeña en la Ibero y que dio una amplia cobertura a los ataques contra los jóvenes.

 

Fuentes:

The Guardian.

http://www.guardian.co.uk/world/2012/jun/08/mexico-televisa-cobertura-politicos

Televisa.

http://noticierostelevisa.esmas.com/nacional/454324/televisa-desmiente-al-periodico-ingles-the-guardian/

Cierro la ventana, pero aún así la luz de afuera ilumina la puerta, la lámpara y mis pies. Abro los ojos en una oscuridad en donde con esfuerzos puedo reconocer mi mano. Con los ojos abiertos, comienzo a recordar. Y lo que recuerdo son los viejos amores. Esos que están llenos de quizás y hubieras, que hablan de largos adioses que no terminan nunca. Que todo final era el presagio de su nacimiento. Viejos recuerdos que se han ido acumulando ceremoniosamente en mi vida, acomodándose a su gusto en los rincones de mi memoria.

Cierros los ojos y los veo. Son como fantasmas cargando sus últimos alientos. Hablan despacio y no se interrumpen. Se sientan a mi alrededor, seguros que por la oscuridad no los reconoceré. A veces toman café en tazas blancas como sus manos. Se cuelan en mis sueños sin mi permiso. Me llevan a otros momentos, a otros espacios. Me veo, pero soy otro, soy lo que los viejos amores me dicen que sea. Soy más delgado, con más cabello, más curioso. Los viejos recuerdos tienen la ventaja de poseer un cuerpo más viejo de lo que soy capaz de recordar.

A veces me despierto y pregunto qué sería sin ellos. Imagino que existe una inyección o un tratamiento de amnesia que te hace olvidarlos, y que borra esa ley de que los viejos amores mueren cuando mueres. Imagino que tengo el control de deshacerme de ellos, que los meto a una bolsa de plástico y los tiro en cualquier lugar.

Pero los viejos amores no mueren, no deben morir. Viven con la promesa de que ese dolor que nos provocaron se transformará en la materia de nuestros recuerdos.

Pablo Hiriart, director del periódico La razón de México, escribió una columna que me provocó una respuesta. El título fue «Una vieja minoría autoritaria», que pueden encontrar aquí. La respuesta no fue contestada, aunque sigo esperando que lo haga, ya que varios días después, Hiriart reconsideró su discurso contra la marcha provocada por los estudiantes de la Ibero en su texto «Escuchar a los pacíficos».

Mi carta fue la siguiente:

Estimado Pablo Hiriart.

 Me he dado un permiso personal (casi espiritual) para escribirte esto. Lo he hecho porque he leído en tu columna “Una vieja minoría autoritaria” varias cosas que me han alarmado. Sé que un comentario por Twitter o un desplante con mis amigos no serviría de nada si no te externo lo que pienso y por qué. Y es que mi preocupación es tan grande, es tan alarmante, que dejar pasar lo que ha sido verosímil con mis ideas sería un acto de traición a mí mismo.

Las tecnologías de los medios han cambiado, la forma en que la comunicación era vertida a los ciudadanos también. Aunque desgraciadamente los periodistas y los personajes detrás de las plumas y los monitores se resisten a entender y aceptar que el viejo mundo unilateral ha dejado, o dejará, de existir.

A veces intento entender si estas columnas desesperadas de exponer a los groseros y montoneros twitteros (no es la primera que leo, Carlos Loret de Mola y Héctor Aguilar Camín se te adelantaron) son un reclamo a volver a los obsoletos procesos en los que ustedes hablaban y nosotros los escuchábamos.

¿Te ofendieron esos mensajes, los repruebas, están mal, deberían cambiar, qué flojera, imponen el miedo, puras mentiras? Ahora ya sabes lo que sentimos nosotros al prender la televisión y leer los periódicos y encontrarnos con notas llenas de mentiras y parcialidades; la impotencia que sentimos al ver que los medios manipulan la verdad a su conveniencia; la desesperación de ver a periodistas mediocres, impertinentes, precipitados y vendidos pararse frente a una pluma y un micrófono.

Así como tú reclamas ahora, nosotros también lo haremos. Es más, lo hemos empezado a hacer. Sé que es difícil ahorita, pero no te preocupes, te acostumbrarás. Nosotros lo hicimos.

Quiero ir punto por punto de acuerdo a tu texto. Espero que la calma y dedicación que le he dado en leer y revisar tu texto se vean reflejadas también en el mío. Aunque tienes toda la libertad y el derecho de mandar a la papelera mi documento y pensar que nada de esto pasó.

La dinámica entre los públicos ya no es pasiva, afortunadamente. Ese despertar, tal vez consecuencia de un cambio paradigmático de las tecnologías, no necesariamente debe responder a intereses macabros de grupos de poder. Créeme, yo no respondo a ningún partido, candidato o grupo político o fáctico, y aún así he decidido cuestionar lo que planteas. La generalización en el periodismo es tan dañina como en la política y en la vida.

Las redes sociales son una herramienta mucho más útil de lo que tu mirada parece alcanzar a ver. Y es que si te quitaras el nombre del medio en el que trabajas no serías muy diferente a un twittero o un bloguero. ¿Ves mi punto?

También veo con preocupación tu afirmación de que los regímenes totalitarios les importan más lo que se diga a través de Twitter o se grite en las calles, y no lo que pase en las urnas. No creo que puedas estar más equivocado. Tú y yo tenemos la libertad y los derechos que tenemos por grupos que decidieron salir a la calle y demandar. Algunos incluso tomando las armas. Que cuestionaron y confrontaron a los sistemas totalitarios.

Y si tu planteamiento viene por las marchas a favor de Andrés Manuel López Obrador, te recuerdo que él es sólo un candidato, no está en el poder y por lo tanto su representación totalitaria es más que una suposición arriesgada y bastante irresponsable.

Las calles son el lugar en donde se hace la política. Las urnas son el espacio que las élites políticas y mediáticas nos han hecho pensar que está la política.

Me preocupa que a los ciudadanos se nos vea como una papeleta. Que el ejercicio político de la democracia se limite a votar y regresar a la casa a esperar a que los gobiernos tomen el poder y nos seduzcan cuando estén sedientes de nosotros, cuando nos necesiten, cuando les volvamos a ser útiles. Y me preocupa que alguien desde los medios le dé más poder al poder, y que apague otras dinámicas para hacer política.

Otra afirmación preocupante es la de convertir en algo anecdótico las marchas de los estudiantes. Con un movimiento de pluma y un ejercicio de consciencia bastante superficial, has llegado a la conclusión que la organización, unión y manifestación de estudiantes de diferentes espacios e instituciones es pasajera y efímera.

¿Qué es permanente, entonces? ¿Las campañas políticas en donde por cinco meses vivimos bajo la promesa de un México mejor y diferente? ¿O tal vez sean las reformas estructurales que las cámaras y el ejecutivo parece no quieren discutir y aprobar jamás?

Sé que no somos Egipto, ni Siria, ni tampoco Libia. Pero te recuerdo que Egipto no es la Francia del siglo XVIII, Libia no es la India de Gandhi, ni Siria es la Checoslovaquia de la revolución de terciopelo.

Seguramente en Egipto los medios también tenían un Pablo Hiriart que les cuestionó de la misma manera como tú lo haces ahora, que les dijo que los cambios de los estudiantes, de los ciudadanos, de los campesinos, de los padres que han visto desaparecer a sus hijos, de los jóvenes cansados de vivir azorados por un sistemas político y televisivo que sólo tiene interés en su partido o su empresa, sólo podían ser accedidos por otros países, otras sociedades. Seguramente también los acusó de pasajeros, anecdóticos.

Triste y lamentable tu comparación.

Y no te confundas, Pablo, el cuestionamiento es un ejercicio normal y corriente en las democracias. Los medios vivieron en laureles unilaterales que ahora están viendo cuestionados, y al no saber cómo responder, los acusan de despreciar los ejercicios de la política.

Pero lo que están cuestionando, y es mejor que te acostumbres, es a la pasividad del espectador. A la irresponsabilidad de los periodistas de trasgredir la realidad y pasar inmaculados. De esa visión de que sólo la historia los juzgaría. Eso ha cambiado y la historia ya no tiene paciencia para los cuestionamientos.

Las redes sociales han hecho en 5 años los que los medios no han podido en 50, en 80, en siglos enteros. Las redes sociales les dieron voz a los públicos silenciosos que ustedes tuvieron a su merced.

¿Viste la marcha de los 132, en contra de Televisa? Ese reclamo tan válido y necesario fue la puerta de entrada a este nuevo mundo. Si no puedes con él, entonces ve reconsiderando tu trabajo, o el lugar en donde lo haces, en donde hablar no conlleva ninguna responsabilidad más allá de la satisfacción personal, y en donde las sociedades son tan pasivas e indiferentes que jamás tendrás que rendirle cuentas a nadie.

Juan M. Fernández Chico.

Cundo leí por primera vez El objeto del siglo de Gérard Wajcman, me invadió un miedo terrible de pensar en el País museo que indirectamente Wajcman plantea. Ese lugar en donde la memoria recae en los objetos (desde las estatuas de bronce y las placas conmemorativas, hasta los libros escolares de historia) y el pasado es convertido en una pieza de museo que, como escribe Wajcman, nos pide que no recordemos pues él lo hará por nosotros.

El origen de mi miedo fue pensar que no sólo México se convirtiera en un país en donde los únicos capaces de recordar fueran los objetos y no las personas, sino el mundo entero. Y es que el riesgo que corremos, como dice el filósofo español Manuel Cruz, es que la voz de las víctimas, el pasado atropellado, se convierta en un gesto político de dar voz y revivir una sensación que se ha quedado enclavada en algún lugar del tiempo. El pasado sustituye al presente en un guiño, pero no en acciones que bloqueen el regreso de las condiciones que permitieron el acto atroz. La memoria, escribe Manuel Cruz, no es un fin, sino la búsqueda de algo más allá de la misma memoria. Planteado como fórmula queda algo así: recordar menos y vivir mejor.

Pero el efecto parece ser el contrario. No sólo en las políticas memorísticas sin sentido que buscan, por medio de una placa o cualquier insignia vistosa, restituir el pasado, reivindicar la voz de las víctimas, dejar claro que el país no olvida y pasar al siguiente asunto. Ahora las grandes y pequeñas compañías de comunicación en México se suman a la edificación de ese gran museo convirtiéndose en portavoces similares a la sentencia de Wajcman: no investiguen, no critiquen, no busquen, no cuestionen, nosotros lo haremos por ustedes.

La discusión se ha acentuado en las elecciones presidenciales este 2012, principalmente con la figura de Enrique Peña Nieto, candidato del PRI y ex gobernados del Estado de México con una carrera política de rápida ascendencia. El punto cúspide, hasta el momento y como yo lo veo, fue la presentación de Peña Nieto en la Universidad Ibero, en la Ciudad de México, y las notas que vinieron después como consecuencia de que el candidato fuera abucheado, acorralado y perseguido hasta el vehículo que lo pondría a salvo fuera de la universidad.

Y entonces el miedo regresó, veía con asombro que, por ejemplo,  la Organización Editorial Mexicana (OEM) veía el acto del reclamo de los estudiantes como un boicot, y el silencio (fuera de su intervención final, cuando afirmó que la decisión en Atenco fue personal y legítima, evocando los fantasmas de Díaz Ordaz y Echeverría) como un acto de victoria. Me sorprendió y asustó aún más las respuestas de algunos periodistas y personajes que reclamaban a los estudiantes su actitud violenta e intolerante. Y me sorprendió ver cómo la memoria activa, eso que va más allá de la simple reacción de recordar y dejar pasar, era pisoteada y ninguneada. Me dio miedo vivir en un país en donde los hechos atroces de violencia y autoritarismo tienen fecha de caducidad, y que sean los medios de comunicación y las élites políticas quienes la decidan. Me dio pavor esa mirada que nos ve como a menores de edad incapaces de hilar dos hechos aparentemente azarosos en una misma realidad.

Los estudiantes, así como muchos de los que han reclamado legítimamente ante un sistema que se burla de nosotros y de nuestra capacidad para recordar, le han hecho justicia a la memoria, y la memoria, parafraseando a Elena Garro, es lo que somos, y lo que somos es la memoria que de nosotros se tenga.

La política en México sufre de una terrible enfermedad: el miedo a la crítica. Es más, una fobia. Una obsesión temerosa a la confrontación, al cuestionamiento, al mostrarse tal como es sin tapujos ni explicaciones circulares. Un miedo que incluso trastocó (como lo ha hecho siempre) en las dinámicas del debate entre los candidatos presidenciales el día de ayer. Lo que es sólo un síntoma del pavor político de México. De esas alegorías como sacar las uñas metiendo la cola. Algo así. Incluso por eso mismo la izquierda y la derecha en México son, o fantasmales, o moribundas: el posicionamiento tajante es temible, obsoleto, tan viejo como el polvo mismo, enfermizo.

La política (vaya usted a saber lo que quiere decir esto, yo me dedico a contar historias y no me siento con la autoridad religiosa de definirla) debería, en todo caso, ser el arte de la desnudez. Pero la desnudez de la política es falsa como la pornografía soft. Los candidatos no se exponen con lo que dicen y creen. Se reservan lo que les cueste votos, y se aferran a las fuerzas del sentido común que les traerán simpatizantes.

Por eso los debates en México terminan siendo lo que fueron ayer: desplantes lúdicos con fines de entretenimiento. Y es que aunque suene trillado, la crítica comienza con la exposición de uno. Recordemos la reflexión de Slavoj Žižek sobre la escena en que el personaje interpretado por Edward Norton se deshace en golpes provocados por sí mismo para humillar a su jefe en el El club de la pelea (debería citar el libro para conservar el caché, pero la verdad es que no lo leí). Žižek dice que la exposición autodestructiva aniquila al otro bajo el argumento de “sé que quieres golpearme hasta el cansancio, pero no te preocupes, yo lo haré por ti”. La conclusión de Žižek es que no se puede pasar de un estado pasivo a uno crítico sin que haya un quiebre doloroso desde dentro con lo que nos somete. La acción escondida del jefe por golpearlo es ridiculizada, pues su fantasía interna es expuesta cruelmente. El amo, dice Žižek, se da cuenta que no es necesario y que su poder es ilusorio.

¿Qué pasaría, por ejemplo, si los candidatos el día de ayer hubieran asumido esa autocrítica antes que el otro, es decir, hubieran sacado ellos mismos sus más oscuros secretos expuestos sin la necesidad vouyerista del otro? Escribe Žižek que el paso a la revolución es acabar con el vínculo de la única amenaza que somete al esclavo. En término populares: cuando Homero Simpson gana la lotería mintiéndole a Marge, y luego es chantajeado por Bart diciendo que si no hace lo que él quiere le revelará la verdad a su madre, Homero decide hacer él mismo el único acto atroz que lo somete a la dictadura de Bart: decide revelarle la verdad sobre el boleto de lotería. Es decir, se desnuda a sí mismo para desenmascarar el poder ilusorio de su hijo.

Pero mientras la política mexicana se toque con algodones, y los personajes que circulan en ella se vean con desprecio y lejanía, mandando quemar en el anonimato los papeles que contienen sus más graves y oscuros secretos, no habrá nadie que gane. A veces, por lo mismo, no sé si reír o llorar cuando salen los anuncios de los ganadores y perdedores de los debates. Y es que los que deben de ganar son los ciudadanos, no los candidatos. Los ciudadanos ganan cuando los candidatos pierden. O mejor dicho, cuando los candidatos son expuestos, desnudados hasta el hueso, y los ciudadanos pueden recorrer con el dedo cada detalle de sus radiografías. Cuando los ciudadanos pierden, todos pierden, y la política se vuelve un juego histriónico sin sentido.

Así como el cuento de Hans Christian Andersen, El traje nuevo del emperador, debemos sacar al niño que levanta la mano y grita “pero si está desnudo el emperador”, y no caer en el engaño de unos truhanes exaltando los hilos de telas que no existen.

 

En muchos momentos de la historia, la política (el arte de lo imposible, escuché una vez, o mejor dicho, el arte de la administración de lo público) y el fútbol se han tocado. Aunque parezca que ambas sobreviven (porque hoy en día no hay otra manera de decirlo) en lejanía, la verdad es que están más cerca de lo que creemos. Los partidos de fútbol se han convertido, como dijo Juan Villoro, en las guerras del presente. La guerra, tengan ustedes sus reservas con la frase, es el diálogo de la política por otros medios (la poética es mía). México no es la excepción. Menos cuando el fútbol en este país es un circo ambulante que las dos grandes televisoras de México han secuestrado (difícil, cruda, cruel, palabra que seguramente me condenará más adelante).

Basta recordar en qué condiciones escribo esto: Salinas Pliego, zar de TV Azteca y dueño de casi 30 ó 40% de lo que la televisión arroja en las pantallas, escribió en su blog que la gente no está interesada en ver el debate político entre los cuatro candidatos a la presidencia de la república (2012). Salinas Pliego, en una situación bastante oscura, como todo lo que ocurre con los poderes mediáticos en México, se ha opuesto a cambiar la hora de un partido de fútbol para mostrar el debate. Su argumento: perderá espectadores. Su otro argumento: a la gente no le importa el debate. Pero, vamos, si no fuera tan importante como dice entonces no creo que fuera necesario dar tan explicación, ¿me explico? Es como dijera el personaje de Einstein en una obra de teatro: si en verdad estuvieran tan seguros que la relatividad es una falsedad, nada más necesitarían un solo argumento para comprobarlo.

Pero en el fútbol, sin rascar tanto, tiene defensores dignos desde done se puede hablar. Desde ese lugar que Jorge Valdano propuso: «el fútbol es lo más importante de los menos importante». Desde ahí.

Pep Guardiola, ese hombre entallado hasta el hueso en un traje gris y una corbata negra, con la cabeza rapada y la barba crecida, es el ejemplo claro del político que no existe en México. Su diferencia es idéntica a la Guardiola con Mourinho: uno quiere ganar, ganarlo todo, tenerlo todo, llenar las vitrinas con premios y trofeos. El otro buscaba cambiar la historia. Todo se resume en una frase: “si perdemos, seguiremos siendo el mejor equipo del mundo. Si ganamos, seremos eternos”. ¿Ven la diferencia?

Ahora Guardiola, en el mejor momento de su carrera (ojo, de su carrera, no del club) ha decidido dar varios pasos atrás. Seguramente convencido de lo que una vez dijo: “lo hemos pervertido. Lo hemos convertido en una parte de negocio del que vivimos”. Y cuando eso llega, acá no se salen con el olé a la espalda y el estadio lleno gritando tu nombre, sabiendo que algún día regresará mejor que nunca.

“Si nos levantamos pronto, sin reproches, sin excusas, somos un país imparable”. Cuánta falta le haces, le harás, nos haces, a todos.

Hace un año leí un fragmento de la biografía del ridículo y esotérico músico Marilyn Manson, que dicho sea de paso, se le confundía con lo que había quedado del mejor amigo de Kevin en la serie Los años maravillosos, un muchacho delgado bien peinado y con lentes de pasta, en donde decía más o menos así: “quiero que la gente me odie por las razones indicadas”. Hasta la fecha, es una de las expresiones más recurrentes en mis días, y ahora le encuentro un mayor sentido con el debate mediático que ha surgido por la serie de leyes que buscan frenar la piratería en la Internet, y que se han reducido al nombre de SOPA.

Y es que como estoy enfermo de una manía obsesiva que busca extraer la raíz de toda acción, me pregunté si en verdad estamos odiando (los que la odiamos) a la ley SOPA, y las reformas que vienen detrás, por las razones indicadas.

Para contextualizar un poco, varias compañías en Internet y empresas de tecnología informática se han declarado hoy 18 de enero en una huelga internacional para protestar que la cámara de representantes en Estados Unidos construyera, e intentara y siguiera intentado, pasar una ley que básicamente le permitiría a instituciones públicas de Estados Unidos cerrar y castigar sitios que de alguna manera violen los derechos de autor, así como exigir que las empresas dedicadas a otorgar el servicio de Internet la hagan de chivatos cuando vean algo sospechoso. Algo similar sucedió en España con la famosa Ley Sinde (que no está de más decir que Sinde, la mujer detrás de esa acta que buscaba objetivos bastante similares, es una aclamada guionista de cine).

Entre quienes han decidido levantarse en protesta, destaca el sitio Wikipedia (la enciclopedia más visitada en el mundo) y Google (el buscador más potente que tiene la Internet). Pero, por supuesto, también hay retractores, como son asociaciones de productoras cinematográficas y musicales (no todas, pero por lo menos las más fuertes en Estados Unidos).

Algunas de las protestas toman la bandera de la defensa de la libertad de expresión, la cual es validad y necesaria como un derecho que nos permite demandar otros más esenciales como la comida, la salud y la libertad. ¿Pero qué tan real es la defensa de la libertad de expresión que ha provocado la contrarespuesta a la Ley Sopa? Pensemos por ejemplo en cuántas manifestaciones o muestras de repudio se han hecho para defender a los blogueros iraníes encarcelados y condenados a pena de muerte por oponerse al gobierno, o cuántas protestas han surgido desde el gremio en contra de la censura China, o en defensa de la organización Wikileaks cuando se filtraron los cables del Departamento de Estado de Estados Unidos, o de la censura en países como Corea del Norte o Cuba. Si el argumento de una Internet libre es la de acceder sin problema a productos de artistas, productoras o empresas que no comparten nuestra visión del CC, parecería que nos hemos saltado otros muchos más esenciales. No quiero sonar como el pesimista que arruina las buenas acciones, pero tampoco deseo que quienes no quieran compartir sus creaciones artísticas e intelectuales estén obligados a hacerlo.

Aunque creo que ese no es el punto primordial del debate de la Ley Sopa (o, poniéndonos mansonianos, no son las razones indicadas para odiarla). Es decir, no se trata que grupos musicales o escritores suban sus obras en la Internet para que se descarguen de forma gratuita (se les agradece, pero en esta ocasión su muestra de protesta es un tanto irrelevante) o que, en contra parte, se pongan candados en discos musicales o protectores de escaneo en las páginas de los libros.

Se trata de ir un poco más lejos.

Es decir, necesitamos una Internet más segura, El libro de Knake, La guerra en la Red, da una excelente explicación de cómo navegar en la Internet es un peligro constante por virus, gusanos y troyanos que exponen nuestra identidad y patrimonios a grupos delictivos (en México, por ejemplo, no existe alguna fiscalía o institución sobre seguridad Internet, para variar). Necesitamos, en primer lugar, defender la libertad de expresión en su esencialidad, como es el oponerse a los castigos de blogueros o webmasters que son encarcelados o asesinados por expresarse en contra de sus gobiernos o prácticas autoritarias, o en donde se censura el acceso a información “sensible” a los usuarios (que por lo menos tenga una respuesta similar a lo que provocó la Ley Sopa). Debemos abogar por leyes y actas que rompan con el viejo modelo industrial que no permite un acceso más rápido y masivo de la información, y que se empecina en poner candados a prácticas tan básicas como el intercambio, y que prefieren adecuar el mundo que es más grande y se mueve más rápido que ellos, a cambiar sus prácticas monolíticas. Leyes que tomen en cuenta también a los que estamos a favor del software libre y los CC, pero que de igual manera incluyan los intereses de los creadores, quienes tienen tanto derecho de compartir su trabajo como de oponerse a ello. Que se acabe con el monopolio de Microsoft y Apple, en donde el primero ha invertido más dinero en campañas de lobbyng en las cámaras legislativas que en mejorar sus productos. Leyes que incluyan más voces en los debates sobre Internet, que no sólo tomen en consideración a las grandes empresas que no han podido ni querido cambiar los estrechos puentes entre sus productos y los usuarios. Que se acabe con los agujeros negros en donde no existe la Internet, y que sectores privados y públicos inviertan en infraestructuras que den mayor acceso.

Parece que quienes pensaron en la Ley SOPA, y otras similares, no se han dado cuenta que existen otras prioridades, algunas que deben ser resultas inmediatamente, y que hay otras perspectivas. Tal vez esa es la razón más indicada por la cual odiamos (o por lo menos yo odio) este intento de acción legislativa: nos han hecho creer que todo lo demás está resuelto, y que nuestra única obligación, es seguir poniendo videos de YouTube en Facebook (si es que la ley nos lo permite aún).

Cuando estaba en la prearatoria, unos amigos y yo decidimos ir a un concierto en San Antonio. Como sería un viaje en carretera de más de diez horas, decidí comprar un libro para leerlo en el camino. Fui a una de estas librerías de viejo, y compré el de Crítica religiosa, de Voltaire, el cual consistía, en el corpus principal, en una larga lista de preguntas que el pensador francés le hacía a la biblia. La mayoría de las preguntas eran de inconsistencias lógicas e históricas. Cuando lo terminé, muchas de esas preguntas se quedaron en mi cabeza por largo tiempo. Y después, cuando tuve una plática con alguien religioso (tal vez en la escuela, no recuerdo bien), esa preguntas brotaron como por arte de magia. Y la respuesta inmediata fue “que todo es un acto de fe”. Es decir, la biblia estaba plagada de incongruencias porque todo lo que ocurría ahí, o la mayoría de las cosas que ocurrían, no tenían sentido de manera intencionada. Al final, de lo que se trataba, era de creer algo que en sí ya era in-creíble, es decir, algo que por su misma naturaleza explicativa no debía tener veracidad.

En fin. Así comenzó todo.

Después de mucho tiempo, me di cuenta que el único soporte que tiene la gente religiosa para comprobar que dios existe son unos cuantos viejos libros y los testimonios de algunas personas que han encontrado a dios, y que vistos desde la lejanía, parecen ser pruebas fehacientes de la asertividad de un creador que se asemeja más a un mal vendedor de seguros que no puede subir su tasa de ventas mensuales.

Pero el punto no es dar argumentos de la existencia o no de dios. No en este momento. Estoy convencido de que no hay alguna fuerza sobrenatural que haya creado todo y nos proteja mientras dormimos y nos guía al paraíso cuando morimos, creo que hay explicaciones muy sensatas que nos permiten conocer cómo se generó el universo, la vida, y todas las cosas posibles que habitan en el cosmos sin la necesidad de dios.

El  punto al que quiero llegar es que habría que ser ateos a pesar de que dios existiera. Es decir, no debería ser nuestra responsabilidad creer en él, o hacer esas cosas tan extrañas que vienen en la biblia para complacerle. Deberíamos vivir como si dios no existiera, incluso si existiera.

Recuerdo que un día platicaba con unos amigos que me decían que si no me inquietaba saber que al momento de morir no pasaría nada, y que todo se acabaría. Y es que algunos religiosos creen que estar conscientes de nuestra vida es algo sumamente importante. Recuerdo que les respondí que al contrario de lo que pensaban, cuando mueres suceden muchas cosas a niveles microscópicos, cosas que involucran a partículas y elementos tan pequeños e instantáneos que somos incapaces de verlos.

Pero volvamos al punto: debemos ser ateos a pesar de dios. Si es tan inteligente como dicen, él lo entenderá. Sabrá que debemos arreglárnoslas sin él. Que sería más justo para todos saber que por dentro, biológicamente, somos iguales, que no hay nadie que es preferido por el buen padre (a veces escucho que me dicen que dios me ama a pesar de que yo no, aunque eso no me exime de que me vaya al infierno).

Cuando un amigo me preguntó si no es bueno que todos pensemos que somos hijos de un mismo dios, incluso para fines pacifistas (arrastro lo político hasta donde puedo), yo le contesté que si a todos nos hubieran enseñado que la vida es un instante en donde un organismos multicelular es consciente de su presencia en el mundo a través de su fragilidad por perder esa capacidad de consciencia, de que lo que nos compone biológica y químicamente es lo mismo que compone al mundo y a todos los seres vivos y objetos de todos los espacios posibles, entonces tal vez habríamos entendido mejor nuestra igualdad, incluso habríamos hecho el intento por entender mejor las similitudes antes de nuestras diferencias.

Ale.

Aquí el comentario que el buen Jaime Bailleres hizo al texto que presenté en este mismo espacio titulado «La izquierda que nunca llegó al mundo árabe».

Le agradezco a Jaime lo acertado y pertinente de su respuesta, y su provocación al debate sobre algo que nunca deja de tener relevancia.

Jaime lo presentó como una nota en Facebook, y yo me tomé la libertad de publicarlo aquí.

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En torno al apunte

 «La izquierda que nunca llegó al mundo árabe» de nuestro querido compa Juan M. Fernández pongo aquí un comentario a su consideración y opinión.

 Ese mi Juanito: no me gusta el formato de la respuesta en FaceBook por varias razones, pero una de ellas es que los apuntes se quedan escondidos, en una letra por demás ilegible y en ocasiones en una condición inhóspita, como si se tratara de un soliloquio frente a un espejo que no produce resultados a partir de la crítica, pero pese a eso, aquí te dejo este comentario.

 Me gustó tu apunte sobre la izquierda en el movimiento nor-africano o en la llamada primavera árabe.

Creo que propones una revisión a las ideas sobre lo que suponemos es la izquierda en ese contexto. Y aquí empezaría yo a cuestionar a partir de tu comentario sobre la izquierda y sus resultados en la historia reciente y cercana latinoamericana; por decir un ejemplo, creo que la izquierda chilena que antecede a Pinochet no es la misma que la que podríamos identificar en este medio contemporáneo que mencionas en relación a Túnez o Egipto y otros países en la secuela del movimiento. Dices o dejas ver que, no hay secuela, pero al mencionar lo que pasó en Túnez reconoces que la bola de nieve creció y en otros países las cosas han derivado en movimientos similares como en una réplica telúrica. Ahí la primera contradicción en tu texto.

 Luego ¿hasta dónde podríamos decir que la izquierda no tuvo logros en América Latina o un proyecto eficiente? o lo que es más ¿cómo definimos un proyecto eficiente de la izquierda en América Latina o en torno a la figura de Obama cuando lo que es evidente es que el ala conservadora del estado norteamericano tiene sus artillerías dirigidas hacia otra región que no sólo es Medio Oriente? ¿No es el Mercosur una piedra en el zapato para los que quieren controlar el mercado mundial y la liberación de aranceles de forma global?

 Dices «… fue algo evidente y oculto entre los discursos progresistas que no han logrado cuajar: la izquierda no tiene un proyecto político eficiente».

Habrá que ponerse en discusión a cuál izquierda te refieres,  y bajo cuáles conceptos y preceptos. ¿Se trata de una izquierda cooptada en la centro-izquierda mexicana? No lo creo, y tampoco creo que a ella te refieras porque tu aparato crítico es suficiente como para poner en discusión a la política mexicana en este tipo de eventos, eso no lo dudo.

Pero, lo mismo quiso dejar ver Jorge Castañeda en La Utopía Desarmada y otros detractores de todo aquello que puede poner en jaque la estructura de las buenas conciencias, y que suponen que la izquierda no tiene un proyecto político eficiente. ¿No hay ejemplos de la izquierda eficiente en el poder?

Pa qué nos vamos tan lejos, sería injusto poner al margen a la ciudad de México y su historia reciente en ésta consideración. ¿No crees?

 Hay un librito de Alain Badiou muy bueno que se publicó el año pasado que se llama The Communist Hypothesis, (en la red ya hay una copia disponible en pdf) donde al final viene copia de una carta que le manda Badiou a Slavoj Zizek y le reclama dos o tres notas y conceptos que para la visión de Badiou, Zizek no está planteando correctamente en torno al proyecto de emancipación desde la tradición maoista. Entre líneas deja ver que: “– los descendientes de la contra-revolución, gritarán porque pensarán que tanto Zizek como Badiou siguen hurgando en el pasado de un comunismo sepulcral» donde creo yo que se podría encontrar respuestas a la democracia fallida e imperfecta.

Y en este campo se encuentran varios que suponen que el marxismo como discurso es un proyecto fallido porque transfieren (sin análisis, por default, así como lo hace Pedro Ferríz de Cunt o Luis Pazos por mencionar a dos moscas nada más) el accidente político-económico-burocrático del Soviet y su consecuencia simbólica del derrumbe del muro de Berlín en el incuestionable factotum del evento histórico-mediático que sirvió para denostar cualquier indicio de revuelta, de manifiesto, haciendo creer que el socialismo –ahora sí- no tenía de dónde agarrarse.

 Entonces, cuando hablamos de izquierdas accidentadas, en opisción, no hay que perder de vista el concepto roído de las democracias occidentales apoltronadas en la comodidad de un sufragio mediático, utilitario, convertido en divisa-signo.

 Manejas la idea de que «…la izquierda no tiene un proyecto político eficiente. No lo tuvo en América Latina, no parece tenerlo en Estados Unidos con Obama, y ahora vemos que no lo tendrá en estos países de tradición árabe que se levantaron en contra de sus gobiernos». El problema aquí no radica solo en los planteamientos que se hacen desde una postura académica, intelectual o independiente, porque aunado a esa postura -por demás legítima o que se supone que se declara para confrontarse o debatirse- lo que se debe considerar también es que en oposición, la derecha o la democracia de Estado es un proyecto fallido, en tanto no se ha democratizado la democracia del poder o la democracia institucionalizada.

 Y luego mencionas, y aquí es donde encuentro una segunda contradicción: «– en Túnez, en donde la izquierda logró generar un bello e inspirador movimiento, resistió las bajas provocadas por los enfrentamiento con el ejército, y se mantuvo por un largo tiempo hasta que, por fin, consiguió la victoria viendo marchar a la elite autoritaria del poder».

 Líneas arriba en tu apunte dices que la izquierda no tuvo logros y parece no tenerlos. Entonces, partiendo de esta idea, asumimos como logro ¿nada más lo que se obtiene en ese presentismo de la acción política? Después de eso ¿ya no tendremos nada? (Bueno, lo acepto, aquí exagero en la pregunta)

Pese a que los resultados de la protesta parecen no verse, en esencia, ahí están, y no sólo lo que el aparato de poder reconoce es visible, sino lo que hasta para el propio sistema se torna imperceptible, como el activismo de organizaciones independientes que les importa poco ser del todo evidentes –del evidens, de lo que se ve- o protagónicos que quieren la tajada del reconocimiento. Baste un ejemplo, a los Anonymous no les interesa el reconocimiento desde la condición institucional que legitima, sino desde la marginalidad que los reconoce en un plano subjetivo que incide en un discurso construido desde la disidencia, no desde el grupo reconocido.

Dices que después de la revolución parece no haber nada claro o visible (la interpretación alegórica es mía). La secuela de una manifestación popular como la de la primavera árabe o la de Egipto, no se perdió de una manera incierta, al menos, para los que están interesados en tener un control geopolítico, la secuela no está perdida, lo que es más, esa secuela que tú dices no ver o que se pierde en la neblina, para algunos está más que clara y tiene detalles muy definidos en un proceso de intervención política a través de una guerra de baja intensidad que revierte la revuelta, y que tiene toda posibilidad de rediseñar la comuna en protesta, o la insurgencia urbana en núcleo. Es justo ahí, en donde parece ser que la incertidumbre se erige como avatar donde la certeza de un sistema puede posicionarse.

 En cambio, la parte donde resuelves el apunte y dices que la izquierda organizada finalmente no produce frutos me parece que es relevante a partir de la incuestionable verdad a partir de los hechos no sólo determinados por cantidad y calidad histórica.

Ciertamente, la izquierda tiene fallas, y muchas, pero su acierto es que se reconfigura en la crítica sistemática que se hace -y debe seguir así- desde su interior. Mientras esos países pasan por fases de reacomodo en una reconversión ideológica y política, y protestan contra la izquierda incluso (el caso de los estudiantes chilenos es un hermoso ejemplo de disidencia organizada desde la izquierda y que estoy seguro que dará frutos), la democracia del capital, y la misma economía sustentada en el libre comercio neoliberal, lejos de reconvertirse o reconfigurar, se opone a la crítica, desaloja, somete, oprime, calla, censura, golpea, sofoca, y sigue tratando -aquí sí, de desaparecer sin dejar secuela o pista para su investigación- todo indicio de manifestación y declaración en su contra.

 Por ello, como dices, cuando la izquierda entra en receso después de la protesta: «pero que le cuesta mucho construir proyectos estables que funcionen»; le cuesta trabajo porque no puede tener el poder desde adentro del sistema, lo tiene que hacer desde la condición del transgresor, del outsider, del marginal, ya para ello, pues ni modo que sea en su totalidad desde la realidad-concreta de los resultados en una estructura funcional que mide el éxito en logros demostrables y a la mano.

La gran muralla China no se hizo en unas cuantas semanas mi Juan.

Gracias por compartir tu enlace al texto en este medio, que pa eso sirve, creo.

Abrazote.

Ale.

Túnez detonó lo que anticipadamente se llamó la primavera árabe. Ese momento cálido y rejuvenecedor que viene cuando el inerte frío se ha ido. Vaya figura. Y en específico un joven vendedor ambulante que fue humillado por un policía al voltear su carrito de verduras y abofetearlo frente a todo el mundo. Ese policía, ahora escondido en una cueva como Hussein cuando iba ser capturado, no midió las consecuencias de levantar la mano contra un pequeño comerciante que en una situación normal hubiera corrido despavorido, pero que, de manera contraria, tomó un galón de gasolina y se prendió fuego frente a un edificio de gobierno.

La bofetada, el carrito volteado y un hombre inmolándose hasta el hueso, lo comenzaron todo. De Túnez se extendió a Egipto, luego al Líbano, y luego a otros países con no tan eficientes resultados, en donde sus respectivos dictadores cayeron, cada uno de acuerdo al nivel de profundidad con el que estaba cosechando su poder.

Lo que mostró la primavera árabe, más allá del logro de crear colectividades eficientes que fueran capaces de incidir en un mundo político que por muchos años le fue ajeno a la gente (y muchas otras lecturas favorables que seguramente desconozco), fue algo evidente y oculto entre los discursos progresistas que no han logrado cuajar: la izquierda no tiene un proyecto político eficiente. No lo tuvo en América Latina, no parece tenerlo en Estados Unidos con Obama, y ahora vemos que no lo tendrá en estos países de tradición árabe que se levantaron en contra de sus gobiernos.

Jean Braudrillard decía que el verdadero acto revolucionario venía después que la guerra había terminado. Algo similar dijo Zizek sobre la película de V de vendetta: ya hemos derribamos el símbolo del poder político autoritario, ya hemos sacado a miles de personas a la calle, ¿y ahora qué hacemos? Por eso, dice Zizek, debemos retomar a Lenin, quien decía que las armas no eran la revolución, sino ese proyecto político que queríamos construir a través de ellas.

Lo mismo ha pasado con la primavera árabe, y principalmente en Túnez, en donde la izquierda logró generar un bello e inspirador movimiento, resistió las bajas provocadas por los enfrentamiento con el ejército, y se mantuvo por un largo tiempo hasta que, por fin, consiguió la victoria viendo marchar a la elite autoritaria del poder. Pero una vez ahí, una vez terminada esa revolución, la que le seguía, la que debía tener un proyecto político que sostuviera al país y lo guiara por el camino que los pasados líderes no pudieron vislumbrar, se perdió de manera incierta. Con el país incipientemente en calma, los que han llegado al gobierno como parte de las primeras elecciones democráticas del país fue una agrupación tradicionalista islámica. El segundo al mando del partido religioso ganador, dijo que Túnez estaba apunto de convertirse en el sexto califato árabe. El discurso de izquierda que imperó en toda la movilización fue sustituida por un sermón religioso. Algo representativo de lo que será esta Túenz, fue la censura de la película animada Persépolis, en donde se muestra, a través de la historia de una pequeña niña, cómo después de la guerra contra el Sha en Irán, los que se hicieron del poder, hasta la fecha, fue un partido islámico que, después, comenzó una cacería en contra de los socialistas que construyeron el camino al poder que luego ellos tomarían.

¿Son las tecnocracias islámicas una alternativas no conveniente para los países de la primavera árabe? No debería ser cuando el cuerpos de las revueltas lo dio una izquierda que se sabe organizar para demandar, pero que le cuesta mucho construir proyectos estables que funcionen. Y no lo es desde la perspectiva de un ateo como yo que creo que la política debe ser secular y democrática.

Si existe una moraleja en la historia, es que la izquierda combativa que sale a las calles y demanda el fin de una forma política pública sin tener una propuesta detrás que la apoye, se quedará eternamente en el arte de la guerra. Irán, y ahora Túnez, son un ejemplo claro: las movilizaciones izquierdistas, que lograron sacar a millones a las calles, no pudieron meterlas en las urnas para que votaran por ellos. Diagnóstico que seguramente no cambiará hasta que las izquierdas globales asuman un proyecto político real para las circunstancias actuales, que tengan una alternativa económica y administrativa, que le dé confianza a la gente para que la próxima vez que salga a la calle, sea para darle su voto a los representantes de la izquierda.

 Tury. 

Hay un tono de presagio aterrador en el cuento El dinosaurio de Augusto Monterroso (“Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”) que se relaciona con la ya próxima elección para el puesto de ejecutivo (o ejecutiva, que esperemos sea pronto) en México, y con la virtual victoria de Peña Nieto.

Porque una de las peores cosas que le podría pasar a este país es que el candidato del PRI ganara. No por él, no porque no lee, y lo que lee parece no le deja ningún aprendizaje; no porque es un homofóbico probado; un religioso recalcitrante; alguien más preocupado por su imagen que por sus ideas; un defensor de la intransigencia y de la corrupción (sólo habría que recordar su administración como gobernador del Estado de México y su relación con el grupo Atlacomulco). No porque su hija mostró, a través de retuitear un mensaje de su novio, que es también un clasista que busca permanecer en la cúpulas, de donde nunca ha salido; no porque hace comentarios machistas cuando le preguntan el precio de la tortilla, y menos porque no tenga idea de cómo viven la mayoría de las personas que piensa gobernar.

Esas no están ni cerca de ser las razones para pensar por qué Peña Nieto no debe ser presidente de México (enlistadas a las que ya mencionó Carlos Fuentes para la BBC). Sino por cómo quedaremos representados como ciudadanos legales y político de México. Como la mujer golpeada por su marido que le abre las puertas cuando le pide perdón. Pues para el PRI, y Peña Nieto, doce años son suficientes para pensar que han reivindicado los graves errores que cometieron como partido hegemónico durante siete largas décadas, y, peor aún, porque estamos a punto de aceptar que así es, que nuestra memoria histórica sólo es capaz de recordar ese tiempo, no más.

Sería volver a humillarnos, dejando la puerta abierta, no a un hombre que cada vez que habla se hunde más a sí mismo, sino a esa forma de vida que representa todo lo que ensucia y desnoblece la forma humana. Sería como tomar el grillete y ponerlo en nuestro propio cuello.

Porque no se trata solamente de decir no a un partido, o un hombre. Es decir no a esa incapacidad de las personas para construir cosas que sirvan y sean útiles para todos. Pues siempre debemos aspirar a tener a los gobernantes que nos merecemos, que sean más aptos y capaces de tomar las decisiones de un país que se ha cansado de repetir los errores de su historia. Que entiendan la nación que administran, que sepan que son funcionarios públicos al servicio de millones de personas que tienen el derecho y la obligación de cuestionarlos, revocarlos y juzgarlos, si lo creen necesarios.

Nunca habrá que abandonar la esperanza que un día, cuando despertemos, el dinosaurio ya no estará ahí, se habrá ido o lo habremos matado. Porque nuestra historia, y mucho menos nuestro presente, debe estar ligada al corazón de esa vieja y obsoleta idea de que siempre serán otros, los que no nos conocen y no desean conocernos, los que tomarán el timón de nuestro rumbo.

Ale.

La llegada de Obama a la presidencia de Estados Unidos representó un alivio histórico y el momento clave en la finalización de una administración desastrosa y polémica como la de W. Bush. Parecía que nada podía derribar a Obama. Incluso Michael Moore cerró uno de sus documentales dándole una carga demasiado fuerte para sus aún poco conocidos hombros (Capitalismo: una historia de amor). Pero Obama no ha resistido el embate de una crisis financiera que se gestó desde los periodos presidenciales anteriores, detonada por un sistema bancario que no midió las consecuencias de dar créditos a una industria inmobiliaria nacional que apenas y lograba sostenerse, mezclado con el debilitamiento de las economías europeas, la devaluación de casi todas las monedas del mundo y la caída de los mercados, en parte por especulaciones rapaces y por la desconfianza de los compradores por apostar por un sistema económico fallido.

Poco a poco Obama fue cayendo. Y ahora se topa, afortunada o desafortunadamente, con un movimiento, jóvenes en su mayoría, que propuso plantarse en Wall Street y exigir que los grandes bancos y financieros que llevaron al país, y al mundo, a la crisis por los malos manejos de créditos impagables y deudas tóxicas, rindieran cuentas y pasaran factura de sus errores. El movimiento, una de las mejores cosas que le ha pasado a Estados Unidos desde las movilizaciones por los derechos civiles y de género en los sesentas, se llamó a sí mismo Occupy Wall Street (OWS).

Pero a pesar de lo importante de este movimiento, que ha logrado cautivar a reconocidos personajes en economía y política, así como gente común y corriente (en los que me sumo), encontrando eco en diferentes rincones del mundo, su objetivo debe ser leído como un reclamo verídico, no como una solución operativa a los problemas económicos del país. La decisión final le corresponde al país entero, en gran parte a Obama. Quien en su administración durante la crisis no ha podido desvincular la economía nacional del sistema bancario. La práctica de los administradores del dinero público, como intermediarios de lo que la gente gasta, presta y cambia, sigue recayendo en los bancos, y mientras sean ellos los que controlen el flujo de los mercados, rindiendo cuentas sólo a los grandes grupos de poder detrás, los ciudadanos promedio (el 99% de la población mundial), se hundirán cada vez más.

EL problema es que Obama ha guardado demasiado silencio. Se ha callado los enfrentamientos entre policías de Nueva York contra manifestantes desarmados (un tema aparte que puede llegar a convertirse en su fantasma de navidad sino hace algo inmediatamente), las exigencias legítimas de una revisión del sistema bancario estadounidense; se guardó sus palabras cuando una fracción del partido republicano decidía el futuro de la economía, y cuando el Tea Party exigía un elevación del techo fiscal del país.

El OWS es la oportunidad de volver a tomar la voz que lo llevó a la presidencia. Debemos estar seguros que los dueños de los grandes bancos volverán una vez más (y muchas más) de rodillas a la cámara de representantes a disculparse por sus intencionados errores y buscando que el gobierno los remiende,  pero seguramente será demasiado tarde.

Ale.

Estamos aquí para reírnos del destino y vivir tan bien nuestra vida que la muerte tiemble al recibirnos, Charles Bukowski

Hace muchos años, en un supermercado, me encontré con la película El hijo de la novia, dirigida por Juan José Campanella. En la portada estaba Ricardo Darín, enseñando los dientes, con la mirada clava en el lente, arrugando la frente, y con un mechón de cabello sobre el rostro. Ese rostro, que en aquel momento me provocó dejar la película en donde la había tomado, se convertiría en un aditamento esencial en mi vida.

Entiéndase que esto es un acto confesionario puro. Una confesión basada en la necesidad innombrable de admitir mi obsesión por Ricardo Darín, ese actor argentino perteneciente a una generación de intérpretes salidos de la televisión.

Tengo que aclarar, como lo hace mi amiga Danae, que es una atracción no sexual. No lo veo tampoco como un padre, un tío o un hermano. No es mi inspiración de vida, a pesar de ser un hombre sumamente inteligente, sensible y con gran sentido del humor. No es el mejor actor del mundo, es decir, no es Joaquin Phoenix o Philip Seymour Hoffman. Y por mucho, no es el mejor director.

Esta obsesión tiene una respuesta más en mí que de él. Y creo que estoy llegando al punto de esto: hay momentos, algunos duran toda la vida, en los que te agarras de ciertas cosas o personas, a veces de manera inexplicable, para hacer del viaje de la vida algo más llevadero. Deleuze y Guattari decían que el niño asustado se agarra de su cobija, se tapa para ocultarse de los monstruos que se alojan debajo de la cama.

Darín es un paliativo para mis demonios internos. Es un tono argentino, y unos ojos empalados por unas ojeras que lo hacen parecer un chino porteño; es el recurrente papel de un hombre que lo ha perdido todo pero decide seguir luchando; es su silencio, tragando saliva, diciendo con tranquilidad “Andáte”; es una vena encendida gritando por la puta que lo parió a un pelotudo de mierda. Es una compañía a los ratos de soledad, cuando la tristeza aprieta. Es un diálogo extendido, más al azar que por otra cosa, por la sencilla razón de que la vida es como una pelea de box que estamos a punto de perder. Mi obsesión es Darín, como todos tendrán la suya en las presentaciones más peculiares.

Para los fieles seguidores de la película Casablanca, la escena que corona ese melodrama tan bien contado e interpretado por Hepburn Bogart, es cuando en el aeropuerto Rick le dice a Ilsa que debe irse con Victor, y no con él. Ilsa, claramente sorprendida, le cuestiona sobre qué pasará con su amor. Rick, embutido en una gabardina y un sombrero como un detective de novela negra, le responde: “Siempre tendremos París”. Vale recordar que Ilsa y Rick se conocieron y dejaron en París, convirtiendo esa ciudad en una figura idealizada de su amor imposible, algo que cuando la guerra y la vida que han decidido llevar les aprieta el cuello, escapan momentáneamente para sentirse aliviados. París fue un lugar casi al azar, como pudo ser Montevideo o La Paz.

En mi soledad, recurrente y bien recibida, cuando me veo claramente sorprendido, la voz de Hepburn Bogart me dice “Siempre tendremos a Darín”.

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Hoy no se llaman herejes o extranjeros, sino terroristas, criminales o sicarios. El otro vigilado pierde su forma determinada, si es que alguna vez la tuvo, para convertirse en algo completamente amorfo. Las palabras del terrorista anónimo no pueden ser canalizadas hacia un solo referente, lo que sin duda impacta en el fortalecimiento del sujeto vigilante: ese que interioriza el miedo al otro desconocido generado por un Estado que es incapaz de encontrarle forma.

 

Fernández, J. M. (2011). Vigilados y protegidos. Pistas sociológicas para leer la vigilancia. Sociogénesis, Revista Electrónica de Sociología, 5. Recuperado el día del mes del año, en http://www.uv.mx/sociogenesis.

 

 

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En mundo no muy lejano, con vidas tristes y al límite como la de cualquiera de nosotros, un planeta muy parecido a la tierra se planta cerca del nuestro. La euforia crece después que la humanidad se ha dado cuenta que en aquel cercano y parecido planeta, existe un ser idéntico a nosotros que comparte un pasado similar, por no decir igual.

En nuestro planeta, Rhoda Williams, una joven aspirante a la MIT, choca accidentalmente con una familia, matando en el momento a la esposa e hijo de John Burroughs, un aclamado compositor y profesor universitario. Después de cumplir su condena, Rhoda regresa a su vida habitual, pero incapaz de integrarse completamente a lo que dejó antes del accidente. Ingresa como personal de limpieza en una secundaria, y se muda al ático de su casa con un colchón y una lámpara, castigándose en todo lo que hace, volviéndose un reflejo quebrado de lo que era. Perseguida por el fantasma de su pasado, decide buscar a John Burroughs para disculparse, único sobreviviente del accidente, pero una vez frente a él, lo único que es capaz de decir es que trabaja para una compañía de limpieza. John Burroughs, abatido hasta el suelo de haber perdido a su familia, acepta a regañadientes la propuesta de Rhoda.

Después de estrechar su relación, ambos comienzan un amorío que conduce a Rhoda al dilema de decir o no quién es realmente. El conflicto de la historia detona cuando Rhoda gana un pase para visitar la Tierra II, ese enigmático planeta espejo, siendo esto una oportunidad para reconfigurar su vida en un lugar en donde existe la posibilidad que el accidente nunca haya ocurrido. Pero Rhoda, en un acto de salvación, decide darle su boleto a John, argumentando que de acuerdo a un experto (una voz narradora que interviene para presentar interrogantes sobre la infinitas posibilidades del ser humano de ser lo que es), en el momento en que los dos planetas se encontraron, se rompió la sincronía entre ambos, unos momentos antes de que el accidente ocurriera.

Ninguno de los dos se vuelve a ver, hasta que Rhoda se encuentra con un reportaje televisivo que muestra a John apunto de salir hacia la otra tierra.

Una historia simple que es engrandecida por esa oportunidad posible de comenzar en otro lugar. Lo interesante de esta cinta, es que ese suceso magnánimo, como es el encontrar un mundo paralelo al nuestro, es sólo un escenario para abordar cómo la vida es una delgada capa de cristal lista para quebrarse en cualquier segundo.

El presentar una historia pequeña dentro de una que se muestra con mayor complejidad, me recuerda a las reglas del Western, en donde los personajes se mueven a la sombra de acontecimientos que son demasiado grandes para entenderlos (La guerra, normalmente, de la cual son pasajeros silenciosos obsesionados con una venganza personal o buscando un oro escondido). Recurso manejado con gran sutileza en Sinécdoque, New York, del imprescindible Charlie Kauffman, en donde el personaje del director de teatro hipocondríaco vive inmerso en un mundo al borde del caos lleno de enfermedad y guerras civiles que le es ajeno ante las pequeñeces de su divorcio y los constantes malestares físicos que se le presentan.

Una estrategia bien lograda en esta película que se ve reflejada en una fotografía para nada fina, casi cayendo en el video casero, que le da una frescura y naturalidad que contrasta con lo ambicioso de la historia. Este realismo dramático envuelto en contextos grandilocuentes, una de mis obsesiones más recurrente, nos sirve para desmitificar, por un lado, las historias de ciencia ficción que habían caído rendidas a los pies de guionistas escuetos y sin ambición; y que, por otro, nos llevan a considerar lo más esencia del ser humano, no importa que sea un poderoso superhéroe o una situación tan descabellada como un planeta igual al nuestro flotando por el universo, que es la delgada línea entre el amor, el odio y el perdón.

Cabe mencionar que las mentes detrás de esta película son Mike Cahill, director y co-guionista, y Brit Marling, una licenciada en economía que dejó varias propuestas de trabajo por la actuación, co-guionista y protagonista de la historia. Una pareja con un importante futuro en el cine, dando muestra de que la grandes historias también pueden ser sensibles y huamanas.

[Nota: Me he fijado, por el buscador del blog, que mucha gente quiere saber qué es lo que escribe Rhoda en la mano del hombre de mantenimiento que virtió cloro en sus oídos y ojos: Forgive (perdóname)].

La pecera vacía se ha convertido en un florero sin flores. Se pasea por la sala y el cuarto buscando las llaves que están colgadas en la parte de afuera de la puerta principal. Se toca las sienes cansada; se masajea las pantorrillas y los chamorros flácidos. Huele a ese perfume del buró, con su frasco de cristal y la tapa en amarillo. Se cansa de buscar y se sienta frente a la peceraflorero en el sillóncama. Sus tobillospies le duelen hasta la espaldacuellocabeza.

Se sienta pero con sus ojos sigue buscando esas llaves perdidas. Se mira al espejoverdugo que cuelga de una de las cuatro paredes de la sala. Se mira las arrugas de la bocalabios, se acomoda el cabello y los aretes de oro pintado con incrustaciones de crinolina y cristal.

Se pierde en los balbuceos de una lengua que apenas dice algo. Se pregunta por las llaves, y se pregunta por qué debe de preguntarse por las llaves. Se apura como si tuviera que salir en cualquier momento. Se detiene en seco, luego inicia la búsqueda. Abre cajones, levanta papeles, esculca su bolsamonedero. No hay nada.

Recuerda lo que hizo en la noche y sale al jardín; escucha la campanallavero en el fondo. Da un brinco por las llaves mientras el perro brinca con ella. Se mete a la casa. Se viste como si hubiera prisa. Se ve en el espejo y recorta con su mirada pedazos de su cuerpo, fragmentos de ella que preferiría no tener. Recorta desalmadamente y guarda los trozos en papel de aluminio. Desnuda frente a un espejo de cuerpo completo. Desnuda frente a ella misma. ¿Desnuda? ¿Frente a ella misma?

Enciende el coche, el radio, las luces. La desespera el semáforo en rojo, y que nadie se mueva, y que los que se muevan lo haga tan lento. Sube el volumen de una canción que no conoce. Grita probando qué tanto puede gritar. Lo hago muy bien, piensa mientras el semáforo se prende en verde. Grita y avanza, y luego se detiene frente a la florería. Corre a la puertamediocerrada.

Las flores en un florero que solía ser una pecera. El espejo tapado con una sabana blanca. Las llaves colgadas con un listón verde al zipper de la bolsa de mano. Se cansa de pensar en que ya no hay flores que comprar, ni llaves que perder. Ya no se prueba a sí misma en ningún tipo de acción injustificada. Se encierra en una casa que huele a perfume de lavanda. Por eso cuando cree que se ve en el espejo, sonríe. Le basta cerrar su mano y tomar un poco de aire con ella; le basta no ser la sabana colgada ni las llaves encadenas al listón verde de la bolsa.

Se pierde en la arquitectura de sí misma. Luego escucha el gorgoteo del pez debajo del sillón, sacudiendo su cuerpo sin vida, viendo su pecera ser tomada por unas torpes flores de color blanco.

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