No se puede imaginar una historia sin Dios. Sería imposible; o no sería, es más. Se puede contar una anécdota: la recurrencia a personajes y momentos pasados, secuenciando los acontecimientos. Pero luego vendría la deserción: los lugares vacíos. Presentamos nuestra vida en ausencias de cosas que no deberíamos contar: omitimos nuestro derecho a escribir nuestra vida (es decir, el derecho a darnos un espacio para narrar, como escribió Homi Bhabha), pues la construimos a partir de las cosas que olvidaremos decir. Hablamos de nosotros en pasado: fui, dejé de ser, esto; pero, luego, nuestro silencio hablaría por nosotros: no fui, ni pude ser, aquello. Por eso no se puede prescindir de Dios, porque es el recuerdo de lo que callamos cuando hablamos; de lo no-dicho. Como sacar una fotocopia: en el centro está el objeto duplicado, pero en los bordes, rodeado de una oscuridad acallante, el mundo. ¿No es éste borde oscuro de la fotocopia la mejor explicación de la historia no contada? Tal vez Susan Sontag tenía razón cuando nos decía que la fotografía no se termina en la delimitación de la imagen captada.

Por eso no deberíamos imaginar una historia sin Dios, sin sus silencios. Y cuando lo hagamos, y la voz interna se calle, y la música comience a sonar, entonces Dios, el que no habla, dirá las cosas que nunca dijimos.

¿No es lo mismo que sucede hoy con el mundo? El historiador Michael Burleigh admite no tener mucha fe en el diálogo: de qué voy hablar con alguien que sólo sabe comunicarse con su poder y su fuerza. El olvido del silencio (de lo que no decimos), es el olvido de que las voces se pueden extender infinitamente. ¿Quién escucha al mundo cuando habla? Dios, porque es el único que calla. Nos queremos quitar el derecho al silencio, por eso hablar se confunde con empalmar ruido.

Recordemos cuando Jesús dice: ¿Padre, por qué me has abandonado?, ¿no es la expresión última del hombre que pone su fe en entredicho por su misma fe? Cree, pero no está tan convencido en la fuerza ilimitada de Dios. Sabe que está presente, pero incapaz; tal vez sólo observando cómo las cosas se han salido de control. Se le escapó de las manos y se ha convertido en un testigo silencioso de su descuido.

Aunque queda la lectura que hace Slavoj Žižek, quien dice que el que muere en la cruz no es Jesús el hombre, sino Dios, quien ahí se vuelve igual a su creación: se hace consciente de sus límites, de su abandono. Y cuenta el caso del padre que duerme en la habitación continua en donde vela a su hijo muerto, tratado por Freud. El hombre sueña que su hijo se acerca a él envuelto en llamas y le dice: ¿Padre, qué no ves que me estoy quemando? Entonces el hombre despierta y ve que una vela se ha caído en el brazo del niño. Dios, visto por Žižek, quien se rodea de misterio, es también un misterio para el mismo Dios. El hijo que lo despierta, que no es sólo el padre, lo hace volver en sí: le revela el misterio de lo que no ha dicho. Lo hace reconocer su imperfección humana en su divinidad religiosa a través del silencio del sueño. Entonces la figura del padre se desvanece: no hay un Dios, ni un hijo. El silencio de Dios se vuelve nuestro silencio. Pero, ¿por qué seguir pensando que cuando Cristo dijo el por qué me has abandonado, debemos creer que somos nosotros, y no el mismo Dios en nuestros silencios?

Estaba leyendo el blog de Hal Turner, un yanqui paranoico fatalista, por recomendación de Beto, y me di cuenta que para ellos (¿quiénes?, no sé, pero para ellos), no puede existir la ausencia, ni el silencio. No están conscientes de la letárgica de Javier Roiz, y se convierten en vigilantes histéricos. Hal Turner dice que para el verano de 2009, Estados Unidos caerá en bancarrota, y el país será un caos. Incluso recomienda comprar un arma por seguridad, pues la gente comenzará a matarse por comida. Tal vez en algo tenga razón Turner: la gente mata de hambre. Pero no es lo mismo que Žižek recrimina en Bienvenidos al desierto de lo real después del once de septiembre cuando dice:

“O los Estados Unidos persistirán en, incluso fortalecerán, la actitud de «¿Por qué debería sucedernos esto a nosotros? ¡Cosas como estas no pasan AQUÍ! «, Actitud que, por supuesto, aumentará la paranoia y, por lo tanto, el grado de agresión hacia el temible Afuera. O América finalmente se arriesgará a caminar a través de la pantalla fantasmatica que lo separa del Mundo Externo, aceptando su llegada al mundo Real, haciendo un largo y atrasado movimiento de superar el «esto no debería suceder AQUÍ!» para acceder al «esto no debería suceder en NINGUNA PARTE!».

Y es que para ese Dios (no soy religioso, para nada, lo pongo como nota) la democracia es el silencio, como para Žižek se tiene que callar de vez en cuando.

 Al enseñarnos un nuevo código visual, las fotografías alternan y amplían nuestras nociones de lo que merece la pena mirar y de lo que tenemos derecho a observar. Son una gramática y, sobre todo, una ética de la visión. Por último, el resultado más imponente del empeño fotográfico es darnos la impresión de que podemos contener el mundo entero en la cabeza, como una antología de imágenes, Susan Sontag, Sobre la Fotografía (En la caverna de Platón).

Con este inicio de Sobre la fotografía, siento que se abre un mapa de honestidad, resultado del arte en busca de su exclusividad imposible. Escribe Sontag que es con la industrialización cuando la fotografía tiene su plenitud en el arte, además de hacer que toda experiencia visual tenga su oportunidad de ser plasmada. ¿Es la fotografía el arte democrático por excelencia? Ese es el camino que Susan Sontag ha decidido que debemos tomar: tan simple y fácil como tomar una fotografía. O tan fácil como la muerte. Barthes escribió: tanto si el sujeto ha muerto como si no, toda fotografía es siempre esta catástrofe. Tan común como posible.
 Aquí están cuatro fotos que encontré tan casualmente como ellas mismas fueron tomadas. Siento que los nombres de las voces que intentan dar nombre no existen: sólo son momentos, instantes, perdidos, capturados existencialmente dentro de una imagen. Talvez en eso radica la democracia de la fotografía: no busca justificantes, sino signos en permanente construcción.   

  

 

 Miriam

 Miriam

Ophelia

Ophelia