La política en México sufre de una terrible enfermedad: el miedo a la crítica. Es más, una fobia. Una obsesión temerosa a la confrontación, al cuestionamiento, al mostrarse tal como es sin tapujos ni explicaciones circulares. Un miedo que incluso trastocó (como lo ha hecho siempre) en las dinámicas del debate entre los candidatos presidenciales el día de ayer. Lo que es sólo un síntoma del pavor político de México. De esas alegorías como sacar las uñas metiendo la cola. Algo así. Incluso por eso mismo la izquierda y la derecha en México son, o fantasmales, o moribundas: el posicionamiento tajante es temible, obsoleto, tan viejo como el polvo mismo, enfermizo.

La política (vaya usted a saber lo que quiere decir esto, yo me dedico a contar historias y no me siento con la autoridad religiosa de definirla) debería, en todo caso, ser el arte de la desnudez. Pero la desnudez de la política es falsa como la pornografía soft. Los candidatos no se exponen con lo que dicen y creen. Se reservan lo que les cueste votos, y se aferran a las fuerzas del sentido común que les traerán simpatizantes.

Por eso los debates en México terminan siendo lo que fueron ayer: desplantes lúdicos con fines de entretenimiento. Y es que aunque suene trillado, la crítica comienza con la exposición de uno. Recordemos la reflexión de Slavoj Žižek sobre la escena en que el personaje interpretado por Edward Norton se deshace en golpes provocados por sí mismo para humillar a su jefe en el El club de la pelea (debería citar el libro para conservar el caché, pero la verdad es que no lo leí). Žižek dice que la exposición autodestructiva aniquila al otro bajo el argumento de “sé que quieres golpearme hasta el cansancio, pero no te preocupes, yo lo haré por ti”. La conclusión de Žižek es que no se puede pasar de un estado pasivo a uno crítico sin que haya un quiebre doloroso desde dentro con lo que nos somete. La acción escondida del jefe por golpearlo es ridiculizada, pues su fantasía interna es expuesta cruelmente. El amo, dice Žižek, se da cuenta que no es necesario y que su poder es ilusorio.

¿Qué pasaría, por ejemplo, si los candidatos el día de ayer hubieran asumido esa autocrítica antes que el otro, es decir, hubieran sacado ellos mismos sus más oscuros secretos expuestos sin la necesidad vouyerista del otro? Escribe Žižek que el paso a la revolución es acabar con el vínculo de la única amenaza que somete al esclavo. En término populares: cuando Homero Simpson gana la lotería mintiéndole a Marge, y luego es chantajeado por Bart diciendo que si no hace lo que él quiere le revelará la verdad a su madre, Homero decide hacer él mismo el único acto atroz que lo somete a la dictadura de Bart: decide revelarle la verdad sobre el boleto de lotería. Es decir, se desnuda a sí mismo para desenmascarar el poder ilusorio de su hijo.

Pero mientras la política mexicana se toque con algodones, y los personajes que circulan en ella se vean con desprecio y lejanía, mandando quemar en el anonimato los papeles que contienen sus más graves y oscuros secretos, no habrá nadie que gane. A veces, por lo mismo, no sé si reír o llorar cuando salen los anuncios de los ganadores y perdedores de los debates. Y es que los que deben de ganar son los ciudadanos, no los candidatos. Los ciudadanos ganan cuando los candidatos pierden. O mejor dicho, cuando los candidatos son expuestos, desnudados hasta el hueso, y los ciudadanos pueden recorrer con el dedo cada detalle de sus radiografías. Cuando los ciudadanos pierden, todos pierden, y la política se vuelve un juego histriónico sin sentido.

Así como el cuento de Hans Christian Andersen, El traje nuevo del emperador, debemos sacar al niño que levanta la mano y grita “pero si está desnudo el emperador”, y no caer en el engaño de unos truhanes exaltando los hilos de telas que no existen.

 

En muchos momentos de la historia, la política (el arte de lo imposible, escuché una vez, o mejor dicho, el arte de la administración de lo público) y el fútbol se han tocado. Aunque parezca que ambas sobreviven (porque hoy en día no hay otra manera de decirlo) en lejanía, la verdad es que están más cerca de lo que creemos. Los partidos de fútbol se han convertido, como dijo Juan Villoro, en las guerras del presente. La guerra, tengan ustedes sus reservas con la frase, es el diálogo de la política por otros medios (la poética es mía). México no es la excepción. Menos cuando el fútbol en este país es un circo ambulante que las dos grandes televisoras de México han secuestrado (difícil, cruda, cruel, palabra que seguramente me condenará más adelante).

Basta recordar en qué condiciones escribo esto: Salinas Pliego, zar de TV Azteca y dueño de casi 30 ó 40% de lo que la televisión arroja en las pantallas, escribió en su blog que la gente no está interesada en ver el debate político entre los cuatro candidatos a la presidencia de la república (2012). Salinas Pliego, en una situación bastante oscura, como todo lo que ocurre con los poderes mediáticos en México, se ha opuesto a cambiar la hora de un partido de fútbol para mostrar el debate. Su argumento: perderá espectadores. Su otro argumento: a la gente no le importa el debate. Pero, vamos, si no fuera tan importante como dice entonces no creo que fuera necesario dar tan explicación, ¿me explico? Es como dijera el personaje de Einstein en una obra de teatro: si en verdad estuvieran tan seguros que la relatividad es una falsedad, nada más necesitarían un solo argumento para comprobarlo.

Pero en el fútbol, sin rascar tanto, tiene defensores dignos desde done se puede hablar. Desde ese lugar que Jorge Valdano propuso: «el fútbol es lo más importante de los menos importante». Desde ahí.

Pep Guardiola, ese hombre entallado hasta el hueso en un traje gris y una corbata negra, con la cabeza rapada y la barba crecida, es el ejemplo claro del político que no existe en México. Su diferencia es idéntica a la Guardiola con Mourinho: uno quiere ganar, ganarlo todo, tenerlo todo, llenar las vitrinas con premios y trofeos. El otro buscaba cambiar la historia. Todo se resume en una frase: “si perdemos, seguiremos siendo el mejor equipo del mundo. Si ganamos, seremos eternos”. ¿Ven la diferencia?

Ahora Guardiola, en el mejor momento de su carrera (ojo, de su carrera, no del club) ha decidido dar varios pasos atrás. Seguramente convencido de lo que una vez dijo: “lo hemos pervertido. Lo hemos convertido en una parte de negocio del que vivimos”. Y cuando eso llega, acá no se salen con el olé a la espalda y el estadio lleno gritando tu nombre, sabiendo que algún día regresará mejor que nunca.

“Si nos levantamos pronto, sin reproches, sin excusas, somos un país imparable”. Cuánta falta le haces, le harás, nos haces, a todos.