La política es demasiado formal. Está llena de gente con trajes, como si necesitáramos más gente con trajes; palabras complejas, como si usáramos realmente palabras complejas. Parece que no hemos aprendido nada después de tanto tiempo. Seguimos rindiendo honores con esa actitud cochina de quien mejor sonríe cuando no tiene nada que responder. Es el problema de lo políticamente correcto: le quita lo interesante, lo Real, a la interacción humana. Pone pantallas donde debería haber vacío.

Esos es: nos hemos olvidado del vacío. La arquitectura de Melvin Villaroel permite ver el espacio, por eso no está abarrotado con paredes y obstáculos. Parece que cada vez perdemos, o ganamos, la ventaja de vernos como somos, sin las máscaras que tanto y tantas veces denunció Nietzsche.

Me cansó, lo admito, esa formalidad. Y temo llegar a usar el traje y a dar tarjetas de presentación, y los saludos con sonrisas idiotas (de dónde sacan tantos discursos. Un discurso para cada ocasión). Quiero ser como Slavoj Zizek, sin muchas preocupaciones protocolarias. ¿No es lo que en México detiene tanto la investigación científica? Wrights Mills lo denunció en La imaginación sociológica, pero parece que aquí también se quedó en un trámite formalista-burocrático-protocolario.

Y es que esta obligación de del deber-ser, el respetuoso muchacho, se confunde con la manera en que debemos conducirnos. Pensé que Carreño estaba obsoleto, obviamente no. Sólo hemos adaptados una que otra respuesta perversa para adaptarla al siempre discurso de la formalidad.

Ni siquiera es la hipocresía que tanto me gusta de Gilberto Gil, en donde dos cantantes de Jazz (o Bosanova, no lo recuerdo), que obviamente no se soportan públicamente, se saludan cordialmente. Es decir, un acto de civilidad usando la herramienta de la hipocresía. ¿Pero de qué sirve ser hipócrita si siempre le tememos a la mentira?

Cuando Zizek recibió el Honoris Causa por parte de la Universidad Nacional de Córdoba, en sus palabras marcó su línea frente a las posturas románticamente atractivas de unión pacífica, que, en palabras de Zizek, terminan siendo otras formas de racismo o distinción, sólo que con cara humanista. Prefiero sus códigos de distanciamiento. Pensémoslo así: la integración termina siendo un acto violento, y es lo que pretendemos hacer, pero ¿qué pasa si también siempre huimos a la violencia?

«Tu sonrisa es un acto de violencia, y también lo es tu traje, y tu rostro con un peinado impecable y la barba rasurada. Te acercas, pero siempre en la distancia: vives bajo la política del miedo, y yo soy tu mayor miedo, pero tienes que soportarme. ¿Por qué no dejas de ser lo que eres, y borras las barreras entre nosotros y nos enfrentamos como somos?»

La política es así. Habla desde lejos, encerrada, y cuando sale viene con un protocolo. Por eso nos casamos con trajes de noche y vestidos largos, porque estamos apunto de abordarnos en un acto de violencia extrema, en términos de Zizek, pero lo haremos de la manera políticamente correcta. Mi acto de violencia es un acto humanista, y habrá testigos que observen y un vestido de 200 dólares para formalizarlo. ¿No se dice que es la batalla donde uno se acuesta con el enemigo?

Quiero salir a la calle y sentirme vivo, me cansé de que todos hagan hasta lo imposible para llevarnos a Disneylandia. Con cenas importantes, programas de televisión, políticos que se encuentran y dicen: «oh, sí claro, usted y yo opinamos diferentes, pero no por eso tenemos que insultarnos». ¿Insultar es decir la verdad sin protocolos o formalismos?, ¿es realmente a eso a lo que le tenemos miedo o es que no medimos nuestras propias reacciones y no queremos que nos pongan a prueba? El amor consiste, dice Zizek, en insultar al otro; lo demás es el juego perverso de una marioneta frente a otra marioneta. ¿Qué pasa con el que se para en el congreso y grita: «Usted es un pendejo corrupto de mierda, y está bastante demostrado que ha robado dinero del erario público»? Todos aplaudimos que lo diga, pero reprobamos la forma.

Por eso, cuando salgamos a la calle, y nos enfrentemos al desierto de lo real como se plantea en Matrix, no escondamos la cabeza sacando el manual de buenos modales cuando alguien se acerca de manera intempestiva a abordarnos.