La pecera vacía se ha convertido en un florero sin flores. Se pasea por la sala y el cuarto buscando las llaves que están colgadas en la parte de afuera de la puerta principal. Se toca las sienes cansada; se masajea las pantorrillas y los chamorros flácidos. Huele a ese perfume del buró, con su frasco de cristal y la tapa en amarillo. Se cansa de buscar y se sienta frente a la peceraflorero en el sillóncama. Sus tobillospies le duelen hasta la espaldacuellocabeza.

Se sienta pero con sus ojos sigue buscando esas llaves perdidas. Se mira al espejoverdugo que cuelga de una de las cuatro paredes de la sala. Se mira las arrugas de la bocalabios, se acomoda el cabello y los aretes de oro pintado con incrustaciones de crinolina y cristal.

Se pierde en los balbuceos de una lengua que apenas dice algo. Se pregunta por las llaves, y se pregunta por qué debe de preguntarse por las llaves. Se apura como si tuviera que salir en cualquier momento. Se detiene en seco, luego inicia la búsqueda. Abre cajones, levanta papeles, esculca su bolsamonedero. No hay nada.

Recuerda lo que hizo en la noche y sale al jardín; escucha la campanallavero en el fondo. Da un brinco por las llaves mientras el perro brinca con ella. Se mete a la casa. Se viste como si hubiera prisa. Se ve en el espejo y recorta con su mirada pedazos de su cuerpo, fragmentos de ella que preferiría no tener. Recorta desalmadamente y guarda los trozos en papel de aluminio. Desnuda frente a un espejo de cuerpo completo. Desnuda frente a ella misma. ¿Desnuda? ¿Frente a ella misma?

Enciende el coche, el radio, las luces. La desespera el semáforo en rojo, y que nadie se mueva, y que los que se muevan lo haga tan lento. Sube el volumen de una canción que no conoce. Grita probando qué tanto puede gritar. Lo hago muy bien, piensa mientras el semáforo se prende en verde. Grita y avanza, y luego se detiene frente a la florería. Corre a la puertamediocerrada.

Las flores en un florero que solía ser una pecera. El espejo tapado con una sabana blanca. Las llaves colgadas con un listón verde al zipper de la bolsa de mano. Se cansa de pensar en que ya no hay flores que comprar, ni llaves que perder. Ya no se prueba a sí misma en ningún tipo de acción injustificada. Se encierra en una casa que huele a perfume de lavanda. Por eso cuando cree que se ve en el espejo, sonríe. Le basta cerrar su mano y tomar un poco de aire con ella; le basta no ser la sabana colgada ni las llaves encadenas al listón verde de la bolsa.

Se pierde en la arquitectura de sí misma. Luego escucha el gorgoteo del pez debajo del sillón, sacudiendo su cuerpo sin vida, viendo su pecera ser tomada por unas torpes flores de color blanco.